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Jue03102024

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El "ascenso social" en el capitalismo

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Todo sistema político, enmarcado en una sociedad de clases, necesita algo más que la represión para sostenerse en pie. La clase dominante, en este caso la burguesía, no puede mantener su dominación sobre una inmensa mayoría de la sociedad mediante el puro uso de la fuerza bruta; debe tratar también de convencer a los obreros de que el sistema imperante les conviene.

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Así, de la misma manera que los señores feudales ataban a los campesinos con los grilletes de la religión, hoy los empresarios envenenan las mentes de los trabajadores mediante todo tipo de mentiras sobre las posibilidades de ascenso y movilidad social dentro del capitalismo.

Los medios de comunicación y todo el engranaje propagandístico del sistema se empecina en hacernos creer que, aunque hoy día nos veamos obligados a vivir exclusivamente de nuestra fuerza de trabajo, con sudor y esfuerzo podemos aspirar a más dentro del capitalismo. ¿Quién sabe? Quizá algún día tendremos nuestra pequeña empresa y podremos llegar a ser autónomos, pequeños propietarios o, según día, quizá incluso triunfantes empresarios.

Nos cuentan que todo depende de nuestro ingenio. Hay que distinguirse de la masa, romper con ella. Tenemos que abandonar lo que es normal y enfocarnos a encontrar lo novedoso usando el ingenio. Es necesario destacar. Ahí tratan de romper con el enfoque colectivo de la cuestión; todo se circunscribe a nuestra lucha personal.

Recientemente, el Ministro de Economía de Francia, Emmanuel Macron, hizo unas sonoras declaraciones que han levantado mucho polvo en el país vecino. Nuestros periodistas en España no han tardado en dar bombo a sus palabras, ¡y qué bombo! Pues resulta que al mencionado ministro se le ocurrió animar a los jóvenes galos a hacerse multimillonarios. Según él, Internet ha revolucionado el panorama social de tal manera que ahora un joven con ideas puede, a través de él, amasar inmensas fortunas.

La difusión que ha tenido el incendiario mensaje de Macron en España no es casual. También en nuestro país se nos machaca día a día con semejanes invitaciones.

Lamentablemente, no podrán estar de acuerdo con esas palabras los centenares de miles de jóvenes que, en los últimos años, han tratado de subir un peldaño social accediendo a la universidad y han acabado trabajando en el Burger King con un título de graduado y su correspondiente máster bajo el brazo. Tampoco estarán muy contentos todos aquellos jóvenes que han tratado de empezar negocios y han sido violentamente devueltos a las filas del paro, arruinados por la competencia de los grandes monopolios.

Y es que, a pesar de las declaraciones rimbombantes de nuestros gobernantes y sus propagandistas, lo cierto es que a día de hoy las filas de la clase trabajadora siguen nutriéndose de pequeños propietarios arruinados. En las largas colas del paro, junto a los obreros sin calificación, también se apiñan todos aquellos hijos de clase trabajadora que han intentado obtener una calificación superior o han tratado de empezar un negocio y se han visto sorprendidos por la crisis del capitalismo.

Sin duda, muchos de ellos estarán dándose cuenta ya, a estas horas, que la solución radical a sus problemas no pasa por tratar de tomar atajos individuales, intentando lograr una utópica promoción social, sino por la acción colectiva para que los trabajadores -que realizan todas aquellas funciones sociales útiles que nos permiten vivir como seres humanos- disfruten del papel que les corresponde en la sociedad.

A día de hoy contamos con las capacidades para que todos podamos tener una vida digna. El único impedimento para ello es que los medios de producción y la mayor parte de la riqueza que se genera con ellos están en manos de una minoría: la burguesía. Una minoría elitista, inaccesible, a la que un trabajador no puede ni debe soñar en ingresar.

Hay quién trata de hacer una distinción entre la movilidad social de hoy día y la de la época feudal, asegurando que entonces era determinada por Dios y el nacimiento, mientras que ahora todo se basa en el esfuerzo individual. Lo cierto es que la práctica cotidiana, dominada por el fenómeno de la competencia, se encarga de desmentir esta patraña. Un obrero es libre de tratar de ser empresario monopolista, pero también es libre de fracasar. Del resto se encarga el sistema capitalista.


Domenec Merino es Subdirector de Opinión de Tinta Roja.

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