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El cooperativismo, otra triquiñuela del reformismo

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Izquierda Unida, Podemos o la izquierda independentista vasca o catalana enarbolan la bandera del cooperativismo como vía para superar los problemas que genera la crisis capitalista. No es raro encontrar en sus programas llamamientos a que los parados formen cooperativas y apuestas por constituir una red cooperativa que sea "alternativa" a los monopolios.

Pero las presuntas buenas intenciones chocan con la realidad. En una economía capitalista, toda cooperativa tiene que competir con los grandes monopolios, por lo que tendrán que aplicar las mismas leyes que aplica cualquier otra empresa. Un ejemplo es el Grupo Mondragón, con unas condiciones laborales penosas, sin derecho a huelga ni a sindicación.

Al final, todos los partidos que claman por las cooperativas están haciendo un juego de malabares para evitar hablar de la socialización de la propiedad privada. Es decir, el cooperativismo se asume como una medida que simplemente reforme una parte del capitalismo, para conseguir un capitalismo "más social". Los comunistas nos oponemos radicalmente a esto y llamamos sin vacilaciones al derrocamiento de los monopolios.

.......

Hace escasamente un año, en un mes de julio como el actual, los gestores políticos del sistema reunidos en las Cortes votaban de manera sibilina una nueva disposición legal. Se trataba de la "Ley de fomento de la integración cooperativa" que, según reza en la página web del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, tenía como objetivo lograr un "avance del modelo cooperativo en España" [1].

También algunas instancias autonómicas se subían al carro de las iniciativas cooperativas. Así, la Generalitat de Catalunya impulsaba en mayo de este año su propia normativa para vigorizar el régimen del cooperativismo [2].

Pero no nos avancemos a los acontecimientos. Antes de hablar de esto, quizá sería interesante puntualizar qué es lo que entendemos por cooperativa: una asociación de individuos jurídicamente iguales que, relacionándose en pie de igualdad formal, cooperan para llevar adelante una tarea en común. Generalmente estamos hablando de un negocio.

Como jóvenes, todos habremos oído hablar a menudo de las cooperativas. No son algo ajeno a nuestra vida cotidiana: no es raro oír hablar de ellas en la prensa escrita, en la televisión y en la radio; también está en boca de numerosos representantes de partidos y formaciones políticas. Muchas de ellas pretendidamente "anticapitalistas".

De hecho, si hay algo que une a los grupos de retórica anticapitalista en nuestro país es la afición por el cooperativismo. No es difícil encontrar referencias a este modelo en los documentos de formaciones tales como Izquierda Unida, Podemos o la izquierda independentista vasca o catalana. Una rápida ojeada al Programa Económico de EH Bildu [3], al Programa Económico de la X Asamblea de IU [4] o al Programa Colaborativo de Podemos5 nos permiten avistar este hecho con rapidez.

Y es que para estos grupos, la superación de la crisis estructural del sistema capitalista y la erradicación de los problemas del modo de producción imperante pasa por las más sorprendentes triquiñuelas en el seno del capitalismo mismo: crecimiento del sector público, cooperativas, ayuda a los pequeños empresarios. Un sinfín de medidas que tienen en común no cuestionar la raíz misma del sistema de producción.

El lector se estará preguntando ya a estas alturas cómo es posible que grupos supuestamente revolucionarios enarbolen la bandera del cooperativismo como remedio para los males del capitalismo al mismo tiempo que los partidos de la burguesía en el gobierno están legislando para impulsar esta manera de organizar la producción y la distribución de bienes.

En este sentido, las explicaciones de los representantes del reformismo suelen ser bastante elocuentes. Aseguran que sus cooperativas tienen un carácter distinto de las que pretenden impulsar desde los ejecutivos central y autonómicos. Pero lo cierto es que la realidad se encarga de desmontar esa supuesta particularidad que revestiría su cooperativismo.

El sistema capitalista en el que vivimos está regido por leyes. No hablamos de las leyes que escriben, sancionan y aplican los políticos al servicio de la burguesía, sino de las leyes económicas inherentes al modo de producción. Y en el corazón de estas leyes encontramos como características fundamentales del capitalismo la competencia, la anarquía de la producción y la búsqueda del máximo beneficio.

Las empresas privadas al uso se caracterizan por la apropiación de la riqueza del trabajador por parte de un capitalista. En las cooperativas, la riqueza supuestamente se reparte de manera equitativa entre los integrantes. Pero lo cierto es que, aún aceptando que así fuese en todos los casos -que no lo es-, de todas formas la empresa cooperativa tiene que comportarse en el mercado como cualquier otra empresa capitalista. Debe actuar conforme a las reglas del juego o perecer en el intento.

Por ejemplo: si una cooperativa agrícola vende fruta más cara que una empresa privada, los trabajadores no consumirán sus productos en el mercado pues éstos buscan sacar el máximo provecho a sus escasísimos salarios adquiriendo mercancías al coste más bajo posible. Las cooperativas no tienen manera de hacer frente a esos bajos precios sin rebajarse al nivel de la empresa privada en cuanto a "racionalización de costes", como lo llama la burguesía, entendiendo por ello condiciones cada vez más penosas para los trabajadores. Y si los cooperativistas deciden reducir los precios a costa de los beneficios finales y ello repercute en salarios más bajos para los integrantes de la cooperativa...¿al final qué distingue las condiciones de vida de éstos y de los trabajadores de la empresa privada?

Es así que las empresas cooperativas acaban jugando en el mercado, y presionadas por las leyes económicas del sistema, como cualquier otro tipo de empresa. Para competir, para poder vender sus productos, deben asfixiar al trabajador con bajadas de salarios, incremento de la jornada laboral, etcétera. Así mismo, para sobrevivir en un mercado internacionalizado se ven obligados en última instancia a salir a la palestra mundial, a exportar capital, a contribuir al saqueo de otros pueblos.

Aquellas cooperativas que, por voluntad propia o por falta de capacidad, no pueden crecer ni aumentar la productividad, y en definitiva no son capaces de competir con los gigantescos monopolios que dominan la economía capitalista, se convierten en productores de bienes que sólo ellas mismas consumen o que ponen a disposición de un número reducido de personas a precios prohibitivos. Al final, su destino final es la marginalidad o la desaparición.

Es posible que el lector sepa mejor que nadie de qué estamos hablando en este artículo. Puede que sea uno de los miles de trabajadores del Grupo Mondragón, la mayor cooperativa del mundo y con sede social en el País Vasco, que formando parte de la empresa tienen vetado el derecho a sindicación y a huelga; o quizá es uno de los que directamente no forman parte de la cooperativa, estando únicamente asalariados, y, que sin tener voz ni voto en las decisiones de la empresa, sufren salarios de miseria, condiciones laborales paupérrimas y, como en el caso de los empleados de Fagor, la amenaza del despido.

A lo mejor usted es uno de aquellos que, viviendo sólo o con los padres, no puede permitirse tener en el armario más que productos de marca blanca, siendo éstos los más baratos. Y un día oye que el vecino ha adquirido via on-line productos de la cooperativa de Marinaleda porque considera que así contribuye a edificar un mundo mejor. El aceite que el lector o sus padres han adquirido en el supermercado costaba 2,30 el litro; el vecino ha invertido más de 3,15 por litro. Ellos desearían, seguro, poder ayudar también, pero no entienden porqué el derecho a la construcción de una sociedad mejor está reservado a los que tienen más recursos.

Hastiado, puede que el lector decida reflexionar sobre ello más detenidamente. En España, trescientas famílias controlan la mayor parte de la riqueza del país. Unas pocas grandes empresas, controladas por estas personas, tienen recursos gigantescos mediante los cuales producen muy barato en otros países y trasladan sus mercancías hasta nuestro territorio, dónde las venden a precios irrisorios. Los trabajadores de las fábricas que permanecen en España también ven como bajan sus salarios para competir con los de más allá de nuestras fronteras. Al final, nuestra capacidad de consumir es muy reducida...y adquirimos los baratos productos que nos ofrecen los monopolios. A las famílias de extracción obrera no les queda otra.

¿Quién puede salvar esta situación? ¿Quién puede "consumir en el pequeño comercio" o en la cooperativa a costa de mayores precios como nos piden los reformistas?

De repente puede pensar que la solución es crear una cooperativa propia. Paulatinamente iremos produciendo todo lo que necesitamos para consumir. ¡Liberemos espacios! Pero inmediatamente lo descartamos: no podemos producir todo lo que necesitamos. La socialización del trabajo es profunda: tenemos muchas necesidades y debemos contar con otras personas para satisfacerlas. En el marco del capitalismo ello implica tener que recurrir al intercambio. Simplemente necesitamos dinero para adquirir mercancías. Montar una cooperativa para obtener dinero es una empresa arriesgada de la que pocos salen victoriosos. La mayoría de obreros deberán seguir vendiendo su fuerza de trabajo.

Ahora escucha, joven trabajador. Hay otra manera de cambiar las cosas. De hecho sólo hay una manera. El problema de nuestra sociedad son las relaciones de producción: los trabajadores todo lo producen y la riqueza es apropiada por unos pocos empresarios y banqueros que controlan el poder del Estado y se sirven de él para mantener el statu quo. Podemos organizarnos en nuestros centros de trabajo para formarnos, de manera gradual, la capacidad de luchar por nuestros derechos aquí y ahora. Y esa misma organización puede servirnos para construir otra sociedad, arrebatando el poder y la riqueza a los capitalistas y depositándola en nuestras propias manos.

El día en que todos participemos en la toma de decisiones dentro de la empresa no será porque hayamos construido cooperativas por doquier. Éstas no pueden competir con las grandes empresas en el seno del capitalismo. Además, montar cooperativas es un derecho reservado a unos pocos. Ese día será aquel en el que, organizados, hagamos la revolución socialista y forcemos a los capitalistas a desaparecer, haciendo usufructo de las fábricas y la riqueza que ahora controlan y que les arrebataremos.

 

Notas:

[1] Aprobada con un amplio respaldo político la Ley de fomento de la integración cooperativa, Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, 17-07-2013.

[2] El Govern aprueba un nuevo proyecto de ley para fomentarl as cooperativas, La Vanguardia, 06-05-2014.

[3] Propuesta socioeconómica EH Bildu, p.33

[4] Programa económico X Asamblea IU, p.15

[5] Documento final del programa colaborativo, Podemos, pp. 4, 9, 33, 39


Domènec Merino es miembro del Comité de Redacción de Tinta Roja.

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