
Una de las primeras lecciones que nos da la vida desde la más tierna infancia, es que todo aquello que deseamos o queremos llevar a cabo tiene un coste, o mejor dicho, tiene un precio. Pocas formas de ocio son públicas y gratuitas. Salvo honrosas excepciones, nos vemos apartados desde el principio de nuestra vida de cualquier forma de ocio cultural. Y encima tenemos que aguantar a algunos periodistas elitistas y resabiados hablar de una juventud que desprecia la cultura. No, señores y señoras, no es la juventud la que se apartado de la cultura y el conocimiento, es que no hemos tenido oportunidad de realizar ese acercamiento. Porque como tantísimas injusticias que afectan a la mayor parte de la población, el acceso a la cultura es en efecto una cuestión de clase y como tal debemos abordar este problema.