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Jue18042024

Última actualización09:36:03 AM GMT


La alimentación como ejemplo para cuestionarse si el nuevo reparto de las tareas domésticas ha sido realmente un progreso para todas las familias

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Cada vez comemos peor: más rápido y alimentos de peor calidad. En vez de prepararnos una comida elaborada, los jóvenes recurrimos al "fast-food" o los precocinados. Las grandes superficies y las cadenas de comida crecen, mientras que los pequeños comercios y los restaurantes tradicionales van cerrando. ¿Y cuáles son los causas de esto? ¿Por qué las familias jóvenes cada vez dedican menos tiempo a la alimentación y, en general, a las tareas domésticas?

Para obtener respuestas es necesario que analicemos cómo ha cambiado el reparto del trabajo en la familia durante las últimas décadas. El contraste entre nuestros abuelos y nosotros. Sin duda desde entonces ha habido un progreso, ¿pero ese progreso ha llegado igual a las familias ricas que a las trabajadoras?

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A nuestros abuelos y abuelas les parecía común la división del trabajo basada en que las tareas del hogar eran responsabilidad de la mujer y ganar dinero era responsabilidad del hombre. Lo habían observado en las generaciones anteriores y la ideología franquista lo apuntalaba. La mujer era la que planchaba la ropa, limpiaba la casa, criaba a los hijos y preparaba la comida. El hombre era el que se levantaba con el alba a trabajar y volvía reventado por la noche. Este reparto del trabajo tenía mucho que ver con la forma de vida en el campo, donde la casa y la familia tenían un papel de primera importancia para mantener la vida.

En cambio, a los jóvenes de hoy en día esta forma de vida nos parece anticuada, pues a la hora de ganar dinero tanto el hombre como la mujer buscan trabajo fuera del hogar y se pasan el día sin pasar por casa. Se ha producido una masiva incorporación de la mujer al trabajo productivo y, en consecuencia, han cambiado parte de los roles de género. Esto sin duda es un progreso, pero a la vez encierra una contradicción: ahora es necesario que trabajen los dos para subsistir. Aquí podemos ver cómo todo progreso bajo el capitalismo conlleva a la vez una intensificación de la explotación.

En medida que esta necesidad de trabajar los dos se ha hecho más importante, las tareas del hogar han ido quedando abandonadas. Ninguno de los dos tienen tiempo para planchar la ropa, limpiar la casa, criar a los hijos o preparar la comida.

Para suplir esta ausencia, en las familias más ricas contratan asistentes/as o cuidadores/as. Así la mujer y el hombre al volver del trabajo pueden descansar. En contraste, en las familias más humildes se recurre a la ayuda de los familiares, sobre todo de los abuelos y las abuelas, que en cuanto alcanzan la jubilación se dedican al cuidado de los nietos y la colaboración en otras tareas domésticas. Pero esta ayuda es mucho más incierta porque los hijos tampoco quieren cargar de trabajo a sus padres cuando han estado toda la vida trabajando y, aparte, por desgracia, no siempre los abuelos viven hasta esa edad.

Ligándolo a lo que decíamos antes, se nos vende como un progreso con respecto a la forma de vida tradicional, como si ahora el hombre y la mujer fueran libres por el hecho de trabajar, ¿pero se puede decir que las familias obreras hayan mejorado mucho su situación? Siguen trabajando de sol a sol y, uno u otro, siguen teniéndose que encargar de las tareas domésticas.

Un caso particularmente llamativo es el de la alimentación, que vemos día a día en nuestras casas.

Frecuentemente se critica la comida rápida o la comida precocinada por su mala calidad. Y por supuesto que es así, las multinacionales de la alimentación, como empresas que son, reducen al máximo los costes de producción para garantizarse el mayor beneficio. Pero a pesar de saberlo las familias trabajadoras compran este tipo de productos porque son mucho más rápidos de cocinar o ya están incluso cocinados. Así, en el poco tiempo que tienen en mitad de la jornada para comer (en el caso de tener jornada partida), no se complican mucho e intentan rascar un poco de tiempo para descansar antes de volver al trabajo. Parecido en el caso de la cena; tras un día de trabajo lo que menos les apetece es ponerse a cocinar algo muy elaborado.

Si hablamos de cómo compran los productos de alimentación también es parecido. Normalmente las familias van al supermercado o centro comercial durante el fin de semana para comprar todo lo que necesitan para la semana ya que entre semana no tienen tiempo. La tendencia a dejar de comprar en pequeños establecimientos también tiene relación con ello. Cuesta mucho menos tiempo comprar en una gran superficie que tiene de todo y en la cual solo tienes que hacer fila para una caja, que estar varias horas en el mercado de barrio esperando tu turno en un puesto u otro. Nuevamente la elección supone que la calidad de la comida empeore, eso lo saben todas las familias, pero es que no hay tiempo para más.

Claro está, comprar y comer comida de peor calidad tiene consecuencias. Una buena alimentación es fundamental para tener una salud robusta. Esto va más allá si tenemos en cuenta que muchos de los aditivos que les echan a las comidas de las grandes cadenas directamente son perjudiciales para la salud. Pero, ¿cómo hacerlo de otra manera? Por supuesto que hay que apostar por una vida sana, pero este tipo de vida no es posible sin tener el tiempo suficiente como para llevarla a cabo.

En relación con esta crisis, habitualmente oímos eso de que mucha gente vivió por encima de sus posibilidades. Sobre todo se refieren a trabajadores, muchos de ellos jóvenes, que antes de 2007 consiguieron tener una casa, un coche, irse de vacaciones y poder comer de restaurante de vez en cuando. El capitalismo les permitió eso durante un corto espacio de tiempo y solo mediante les iba hipotecando. Pero, de una manera u otra, ¿acaso no es un derecho para cualquier trabajador poder disfrutar de al menos eso? ¿Por qué tener una casa, un coche, irse de vacaciones y comer de restaurante alguna vez es vivir por encima de las posibilidades? Normalmente éste es el argumento de aquellos que siguen pensando que el trabajador debería vivir con lo mínimo. Parece que la crisis ha hecho su deseo una realidad.

La dirección para resolver este problema es clara. Si cada vez la producción de alimentos está más concentrada, los restaurantes y otros establecimientos de comida son más y más propiedad de cadenas multinacionales y existe una mayor necesidad de que la alimentación se cubra socialmente, es necesario que toda la cadena de alimentación, desde la industria alimenticia y los supermercados hasta los restaurantes y comedores, sean sociales. Por ejemplo, en lo relativo a los comedores, para los trabajadores más pobres, especialmente los que llevan años sin encontrar trabajo, cada día tienen que recurrir más a comedores públicos o recogida de alimentos por parte de ONG. También los niños, cuando se quedan en el comedor del colegio porque sus padres no pasan por casa a esa hora o las cantinas de las fábricas cuando el turno coincide con la hora de la comida.

El progreso con respecto a la vida tradicional, agraria, solo puede completarse si todo ese nuevo reparto de tareas queda socializado. Si el trabajador o la trabajadora no tienen que pensar en ponerse con la casa cuando vuelven del trabajo. La soviética Alexandra Kollontai dijo, en relación con el papel de la mujer: "En una Sociedad Comunista la mujer trabajadora no tendrá que pasar sus escasas horas de descanso en la cocina, porque en la Sociedad Comunista existirán restaurantes públicos y cocinas centrales en los que podrá ir a comer todo el mundo."

Si el estado y los medios de producción y establecimientos están en manos de la burguesía y la oligarquía, nosotros comemos cada vez peor y más rápido, y ellos de forma sana y relajada. Si tomamos las fábricas, si tomamos las universidades, los colegios, las oficinas y los barrios para la clase trabajadora, en todos ellos construiremos comedores y restaurantes públicos, de calidad y gratuitos, no bajo el lema de "si quieres comer paga", sino bajo el de "como necesitas comer, come".

De hecho este proceso ya se ha dado en otros ámbitos: en la unidad familiar no se confecciona la ropa, sino que se hace industrialmente; y los niños y niñas no se educan en casa, sino en los colegios, de forma colectiva. En estos ámbitos también habría que dar un paso más: socializar las empresas que se encargan de ello.

Las familias trabajadoras, y en concreto las mujeres trabajadoras, también tienen derecho a disfrutar del descanso que desde hace tiempo disfrutan las familias ricas y las mujeres ricas.


Adrián J. Bertol es el Director de Tinta Roja.

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