Quizá no es tarea difícil imaginarse un Santiago sin los colores del poeta, en sus versos modernistas pintaba en cada ingente detalle una imagen de la ciudad que vería nacer en 1908 al compañero Presidente.
El aciago invierno hacía su entrada en la ciudad del centenario, eran pocos los noventa y ocho años que tuvieron que pasar para que naciera aquel hombre que dejaría el legado del hombre nuevo en la América Latina, sumisa a los engaños de ídolos de barro. No fue Bolívar el que diese el primer conato de liberación, eran hombres como Salvador , Ernesto o Fidel los que profundizarían de manera firme y científica en la inconclusa labor de Gaitán, Sandino o Zapata: los que sin pasta de apóstol ni de mesías se convertirían en la esperanza de un pueblo con dignidad. Y era el Socialismo la materialización de esa dignidad, la pasta de esa promesa.
Y nació él, y creció él.