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El uso erróneo del término "fascista" favorece al fascismo real

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Es importante tener en cuenta en todo momento y combatir el empleo descontextualizado, erróneo o intencionadamente manipulado del término "fascista", que se emplea en la mayoría de los casos para descalificar cualquier intento de modelo u organización política en la que la minoría deba asumir las decisiones tomadas por la mayoría.

Desde la derrota del nazi-fascismo a mediados del siglo XX, las distintas democracias burguesas han utilizado convenientemente la imagen de este patrón político como herramienta de propaganda, proyectándolo como una entidad anacrónica y malograda, enemiga de la democracia y de la libertad individual, eliminando por otro lado todo vínculo evidente con el capitalismo. Tanto la historiografía burguesa como los medios de comunicación, la literatura, el cine y en general todas instrumentos que el capital emplea como lanzadera de su propaganda de clase, han plasmado continuamente la naturaleza brutal y antidemocrática del fascismo, su parafernalia y su estética, mientras que su naturaleza de clase ha sido siempre manipulada y encubierta. Se presenta así al nazi-fascismo como un capricho de la historia, un hecho aislado y desafortunado que la propia democracia burguesa ha vencido y superado.

Es en este contexto en el que el término "fascista" y ese significado difuso que la burguesía le otorga, se convierte en un arma de propaganda burguesa. Desde el fin de la segunda guerra mundial –también previamente- los países capitalistas pusieron su punto de mira sobre aquellos estados que verdaderamente representaban un problema para sus intereses: la URSS y el resto de países socialistas. Los esfuerzos de la burguesía por frenar el avance del socialismo determinaron la escena política de la segunda mitad del siglo XX, en la que se llevó a cabo una campaña de desprestigio feroz y persistente contra todo lo relativo a la URSS y sus aliados. Durante este asedio propagandístico fue recurrente la equiparación del nazi-fascismo con el comunismo. La estética, los desfiles militares, los campos de trabajo, etc, todo ello fue conveniente descontextualizado de manera sistemática para crear en las masas proletarias una imagen de oscurantismo autoritario e inhumano en torno al socialismo presentando a sus representantes como enemigos acérrimos de las libertades y de la democracia, rol que en su día le correspondió al nazi-fascismo.

Podemos comprobar aún en nuestros días como ese falso paralelismo entre el comunismo y el nazi-fascismo sigue presente en la maquinaria mediática capitalista. Los libros de historia, los documentales, el cine y la literatura no cesan de plasmar haciendo gala del más desvergonzado sensacionalismo una imagen grotesca de las experiencias socialistas del siglo XX, de sus líderes y de sus logros, metiéndolas en el mismo saco de los fascismos y buscando continuamente similitudes ideológicas que son proyectadas fuera de contexto y sin trasfondo alguno a las masas.

De esta forma la palabra "fascista" ha ido perdiendo progresivamente su significado original como sustantivo, definición de las dictaduras burguesas en su máxima expresión de represión y brutalidad con el movimiento obrero, para convertirse en un adjetivo que define un amplio repertorio de conductas y que se utiliza de forma errónea y conveniente en todos los ámbitos.

Vemos en el caso de España, como rápidamente, sectores incluso de la derecha tachan de fascista todo aquello que ponga en duda la Constitución española, procurada como paradigma de la democracia y la superación de los regímenes fallidos del siglo XX. Resulta curioso contemplar como antiguos miembros del régimen fascista del general Franco utilizan en ocasiones el propio término que definía a su dictadura para desacreditar cualquier política social propuesta como alternativa al proceso de privatización de los servicios públicos.

Es sin embargo entre la izquierda donde el término se deforma más y acaba obedeciendo a los intereses que fomentaron su descontextualización y pérdida de significado. Es común en este ámbito tildar de fascista a todo aquello que atente contra la libertad individual, o más bien contra el concepto subjetivo de libertad individual, lo que incluye en muchas ocasiones utilizar el calificativo contra aquellos que no sigan determinadas corrientes o modas que algunos sectores o individuos consideren progresistas. Así pues, dentro de estos movimientos todo lo que coarte la libertad individual se convierte en negativo y rápidamente es considerado fascista como forma de desacreditación. Con todo esto la organización leninista se convierte continuamente en objetivo del insulto fascista, precisamente porque éste se realiza desde la óptica burguesa en la que la libertad individual se antepone a las decisiones tomadas por la mayoría.

Es importante recalcar que mientras ese concepto deformado y manipulado conscientemente del fascismo como sinónimo de cualquier tipo de represión o imposición sigue consecutivamente tomando protagonismo, el verdadero fascismo retoma sus posiciones como elemento de contención del movimiento obrero. Resulta alarmante como los grupos fascistas, alimentados por la crisis estructural del capitalismo y las sustanciosas ayudas que éste les brinda vuelven a constituir sus organizaciones especialmente en aquellos estados en los que la respuesta obrera a la crisis es más fuerte, constituyendo un ejemplo elocuente de la naturaleza de clase del fascismo, lejos del significado vago y ambiguo que la propaganda burguesa ha logrado diseminar entre las masas.

 


César Rodríguez Lodares es miembro del Comité de Redacción de Tinta Roja.

 

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