A finales de septiembre se conoció un detallado informe de la OCDE (Organización para Cooperación y el Desarrollo Económicos) sobre la educación en España. Los datos y los análisis son desalentadores.
Y es que a los comunistas se nos suele acusar de agoreros y apocalípticos. Parece que todos nuestros análisis abocan a la destrucción y nuestro "pesimismo" puede ser cargante. Lo curioso llega cuando organismos como la OCDE (por otra parte, nada sospechosos de ser comunistas) nos dan la razón.
En el detallado informe de la OCDE (casi 300 hojas) analiza la realidad de los estudiantes españoles tanto de secundaria como de educación superior así como algunas cuestiones relativas a su acceso al mercado laboral.
Aunque el informe tiene un marcado carácter mercantil (la introducción se dedica a relacionar la "competitividad" económica con la educación y como ésta debe servir a aquélla) los datos que obtenemos no deben ser obviados.
Lo primero que señala el estudio es que la situación de los jóvenes se está polarizando. Cada vez más terminan la educación secundaria (un 64% para las personas entre 25 y 35 años) pero también España tiene uno de los niveles más altos de personas jóvenes -en la misma franja de edad que la cifra anterior- sin estos estudios (un 36%) Es curioso que precisamente las denuncias que se han lanzado contra la LOMCE ahonden en esta desigualdad expulsando de manera temprana del sistema de educación secundaria a los jóvenes que presenten problemas. Así es el sistema educativo español.
El estudio continúa señalando las diferencias entre regiones y, también, las diferencias socioeconómicas. Como ya hemos denunciado en Tinta Roja aquí sólo caben dos explicaciones: o los pobres (es decir, las familias obreras) son más tontos que los ricos (es decir, los empresarios) o hay algo más para que, sistemáticamente, un joven nacido en Villaverde tenga más posibilidades de no acabar sus estudios y tener peores rendimientos que un joven de Somosaguas.
El estudio también señala que los niveles de graduados / licenciados en España son similares al resto de la OCDE (lo que desmiente, por otro lado, el falso tópico de que hay "demasiados universitarios") y, de nuevo, volviendo a la primera idea nos da esa imagen de polarización: por un lado, están las familias que acceden a todos los niveles de educación (con unos niveles parecidos al resto de países) y, por otro y cada vez más alejadas, las familias con recursos más humildes.
Por si eso fuera poco, estos datos se reflejan en el mercado laboral. Así, los titulados universitarios cobran un 60% más, de media, que quien no tiene estos títulos de educación terciaria.
Aquí la cuestión no es si es justo o no que alguien gane más por haber estudiado más años sino que, como se demuestra en el estudio, si los estudiantes de familias más humildes se ven expulsados del sistema y no pueden acceder a los niveles más altos de educación y son precisamente estas personas con educación universitaria los que más cobran llegamos a la simple conclusión de que, quien proviene de una familia trabajadora, está abocado a la miseria y a salarios de hambre durante toda su vida.
Después de abordar la situación de los adultos con poca formación el informe aborda el problema de la dualidad del mercado laboral español (es decir, que estén, por un lado, las personas de mayor edad con unas condiciones laborales mucho mejores y muy distintas a los jóvenes; prácticamente independientemente de otras cuestiones como puesto de trabajo, calificación...).
Aunque la dualidad del mercado laboral español afecta a la totalidad de los jóvenes tiene mayores efectos entre aquellos con menos formación (de nuevo y a su vez, aquellos de las familias trabajadoras)
El resto del informe se dedica, principalmente, a relacionar estos problemas con el mercado laboral y aboga por la adecuación del sistema educativo al mercado. Y es que, aunque es cierto que es importante encontrar un buen trabajo para poder tener una buena calidad de vida, el mercado no puede ser quien regule la educación pues ésta, además de cumplir una labor de utilidad social de formar a futuros trabajadores, también tiene una finalidad cultural y de aprendizaje; labor que el informe obvia por completo.
En definitiva, tenemos de nuevo la enésima muestra de que el sistema educativo español no sólo no funciona sino que las reformas que se llevan a cabo, en vez de solucionar, ahondan en los problemas existentes. Existe una minoría que puede acceder a buenos colegios y universidades y una mayoría, cada vez más amplia y polarizada, que se ve expulsada. Y todo ello, después, tiene consecuencias en el mercado laboral y, por lo tanto, en la vida de estos jóvenes.
Ana Escauriaza es Subdirectora de Opinión de Tinta Roja