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Gabriel Celaya y su camino hacia la poesía social

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Durante el periodo de la posguerra, y luego de diez años de la victoria de nazi-fascismo sobre el bando republicano, de las entrañas del mundo intelectual censurado de la época, iría surgiendo la denominada “poesía social”. Superando los debates terminológicos de los cuales era objeto, Gabriel Celaya la definiría de la siguiente manera: «Nuestra poesía no es nuestra. La hacen a través nuestro mil asistencias […]. Estamos obligados a los otros»[1].

Este poeta supo encarnar la integralidad y los desperfectos de un hombre de su época. De extracción de clase burguesa e ingeniero como especialidad inicial, su acercamiento al campo literario y a la escritura se daría en sus tiempos de estudiante, a lo largo de los cuales podría compartir espacio con eminencias de este ámbito como García Lorca.  

Una vez iniciada la Guerra Nacional Revolucionaria, Celaya dejaría el bolígrafo y ocuparía su responsabilidad para con el pueblo trabajador en las líneas de combate del bando republicano y como capitán de gudaris (soldados del ejército vasco durante la arremetida reaccionaria) en Bizkaia. Luego de su encarcelamiento y posterior liberación, en Celaya convivirían el arte literario y la ingeniería durante un largo periodo hasta que en 1956, luego de una extensa lista de publicaciones, abandonaría la segunda ocupación y la empresa familiar para dedicarse plenamente a la elaboración poética[2].

Es así como, considerando su extensa producción lírica que abarcaría un amplio periodo que iría del 1935 hasta principios de los años noventa, en este artículo se pretende ver la evolución experimentada por parte del autor y de su obra.

Durante su desarrollo,  en un cuadro en el cual las letras se verían relegadas a la clandestinidad, su poesía, si bien abrazaría un amplio espectro de corrientes, tendría sobrerrepresentados diversos aspectos de la realidad social. Progresivamente, el poeta iría apostando por una poesía más sintonizada con las inquietudes de la época.

En primer lugar es posible abordar dos de sus poemarios,  por su elocuencia en cuanto a la visualización de los pasos iniciales de un poeta que va ordenando sus ideas y  emociones, entrando en contacto con la esencia y los orígenes, con lo primario del sentimiento humano y su individualidad. Es así como, en su primera obra denominada Marea del silencio (1935), podemos encontrar escritos como “Desnudo en la brisa” que pondrían ante los ojos de los lectores, temáticas relativas al individuo con las emociones a la intemperie:

Cuerpos desnudos para el aire desnudo.

Para el cielo claro y duro

Mis dos gritos de oro agudo

Para la brisa delgada

-Alcohol puro de pájaros y altura-

La embriaguez del salto y la carrera

O la suelta melena de la fuga.

Luz vertical se alza el aire

Desde mi cuerpo desnudo

Hacia el gozo de las altas claridades

Igualmente, doce años más tarde, en su segundo recopilado de poemas conocido bajo el título de La soledad cerrada (1947), en pleno régimen franquista, el poeta dará vida a obras que abrazan el existencialismo con temáticas como el extravío individual, la incomprensión por parte de un mundo que le es ajeno, y que se desarrollarían en cuadros de quietud y pasividad, siendo el caso de “Quien me habita”:

¡Qué extraño es verme aquí sentado,

y cerrar los ojos, y abrirlos, y mirar,

y oír como una lejana catarata que la vida se derrumba,

y cerrar los ojos, y abrirlos, y mirar!

¡Qué extraño es verme aquí sentado!

Sin embargo, durante ese mismo año saldría a la luz el recopilatorio nominado Movimientos elementales (1947), que rompería con los registros más apesadumbrados de antes y con tópicos como la inercia para comenzar a desarrollar una poesía netamente sensorial (visual, auditivo, táctil) envuelta en movimientos constantes y que asimismo se desenvuelve dentro de los marcos de la naturaleza tal y como se expresaría en “A manera de gallo”:

Matinal, grita y sangra.

En su garganta seca, vidrios claros le rayan;

en una sombra densa, lo amargo se le inflama.

Los colores espesos del petróleo, los días

confundidos escapan,

y donde el mundo acaba,

sonoro, rebotando por dentro de sí mismo,

lacerado, perdido, buscándose -enemigo-,

su matanza él prosigue, brillante de delirio.

De esta manera, Celaya iría complejizando su trama poética, abandonando las emociones pasivas y el estadio natural, trasladando de tal forma al lector a un escenario más urbano, igualmente confuso pero con los vislumbres de claridad que comienzan a ser perceptibles por quien empieza a desmadejar los misterios de los problemas colectivos.  Es así como se va configurando un verso más cercano a la vida cotidiana, con ideas llanas y que podemos conocer en su libro Tranquilamente hablando (1947) con escritos como “Manos en los bolsillos” o “Todas las mañanas, cuando leo el periódico”:

Los hombres amarillos, los negros o los blancos,

la Bolsa, las escuadras, los partidos, la guerra:

largas filas de hombres cayendo de uno en uno.

Los cuentos. No lo entiendo.

Levantan sus banderas, sus sonrisas, sus dientes,

sus tanques, su avaricia, sus cálculos, sus vientres

y una belleza ofrece su sexo a la violencia.

Lo veo. No lo creo.

Yo tengo mi agujero oscuro y calentito.

Si miro hacia lo alto, veo un poco de cielo.

Puedo dormir, comer, soñar con Dios, rascarme.

El resto no lo entiendo.

En vista de lo anterior, la elaboración posterior se caracterizará por una mayor implicación por parte del autor en la realidad social, generando por tanto versos más comprometidos, cuando como por acto lógico, luego de la conciencia, surge la acción. Dicho esto, en su libro Cantos Iberos (1955), es posible caer en poemas como “España en marcha”, que poseerían un contenido social propio de la poesía de protesta:

¡A la calle!, que ya es hora

de pasearnos a cuerpo

y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo.

No reniego de mi origen,

pero digo que seremos

mucho más que lo sabido, los factores de un comienzo.

 

Igualmente, entre aquellas páginas figura una de sus obras más connotadas, “La poesía es un arma cargada de futuro”, a lo largo de la cual se critica el parnasianismo y la cultura como uso exclusivo de la burguesía ilustrada:

Maldigo la poesía concebida como un lujo

cultural por los neutrales

que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.

Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Finalmente, la antología publicada más tarde y que se conocería bajo el título El hilo rojo (1977), contendría las elaboraciones con las posiciones más militantes del autor. En su interior sería posible entender que su creación no evolucionaría de forma ajena a los procesos vividos por los trabajadores y los pueblos más allá de las fronteras del territorio español. Por ejemplo, el comienzo de la dictadura militar de Pinochet y la muerte, semanas más tarde del Golpe de Estado, del poeta comunista Pablo Neruda, determinarán los versos del escrito denominado “Carta mortal a Pablo Neruda”:

Esta farsa reinante de Pinochet y los suyos.

Pero tú bien sabías de la verdad alzada

Que crece sobre todo, desde el fondo del fondo

De ese metal del pueblo que no enterrará nadie.

Y como tú me diste la fe, ya ves, estoy haciendo

Otra vez la maleta para volver a Chile.

Pues, ¿quién podrá enterrar la verdad insurgente,

La luz que es sólo luz, y el aire que es el aire?

Muy pronto nos veremos. Nos daremos la mano.

 Quizá no estés tú allí. Quizá yo esté ya muerto.

No importa. Habrá dos hombres: un vasco y un chileno.

A su vez, y en contra de los tiempos políticos impuestos por las clases dominantes y el reformismo, poemas como “El último recurso” establecen lo siguiente:

Cuando os digan que el problema va a estudiarse,

Salid gritando a la calle

Las razones que los justos llamarán irracionales.

 

Por lo tanto, el legado de Celaya está compuesto por una poesía destinada en una última instancia a la crítica social y a la concientización de sus lectores, dejando a los jóvenes de nuestros días, versos de perseverancia para la mal llamada “juventud perdida” que aún tiene todo por ganar con su tirante obrero y popular:

Después de mucho andar, mucho perder, mucho luchar,

Me dicen: “¿Para qué”?

Yo digo simplemente: “Para vivir mejor”

Me dicen: “¿Cómo es eso,

Si tú vives bien? ¿Qué más quieres, di?”

Yo digo en tonto: “No sé”

Pero es claro lo que quiero para todos,

Y me digo por lo bajo: “¡Pues sí que estamos bien!”

Y sigo trabajando más que tonto

Por una gloria total,

Con inocencia,

Y a veces con tan alta claridad,

Que esa luz casi parece una ferocidad.[3]



[1] LANZ, Juan José, Bajo el signo de Collioure Los poetas sociales ante Antonio Machado: de Gabriel Celaya a Blas de Otero, 2012

[2] http://www.gabrielcelaya.com/biografia.php?act=1&;urte=1951-1960 (consultado el 26/08/2016)

[3] CELAYA, Gabriel, “Mi locura”, El Hilo Rojo, 1977

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