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Los festivales de verano y el ocio juvenil

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Es agosto y los festivales de música están en boca de muchos jóvenes españoles que tienen los más diversos gustos musicales. Desde la música indie hasta el reggae, pasando por el pop, el rock y el rap; todos los estilos musicales protagonizan sus propios festivales a lo largo y ancho del territorio peninsular. Y tienen cada vez más adeptos, habiéndose convertido el festival de música de verano en una forma de ocio y una cultura de la diversión de los jóvenes cada vez más importante.

El formato del festival de música se estrenó con el Festival de Woodstock de 1969, una expresión masiva del movimiento hippie estadounidense, aunque fue en la década de 1990 cuando comenzó a popularizarse y a extenderse como una forma de ocio juvenil muy común. De esta manera, se ha convertido en uno de los principales entretenimientos veraniegos de los jóvenes nacidos alrededor del año 2000. Las circunstancias que han llevado a ello son concretas y, como cualquier otra expresión cultural, son reflejo de la sociedad en la que se dan. Empresas organizadoras y patrocinadoras, al oler los grandes beneficios que podía traer, han sabido implantar y difundir muy bien esta cultura del festival, que realmente ha sustituido a otras formas de ocio tradicionales que se daban a nivel más local. El director del Sonorama Ribera afirma que “ir de festival es ya una tradición del verano. Son un poco como las verbenas de antes. Las fiestas tradicionales se han convertido en festivales, más allá del tipo de música que suene”.

Estas empresas han encontrado un territorio muy propicio en España, que como suele decirse muchas veces, es la discoteca de Europa. Los festivales de música se han convertido en una nueva forma de viajar y disfrutar de las vacaciones, atrayendo no sólo a jóvenes españoles sino de muchos otros países de dentro y fuera de Europa.  Los empresarios españoles siguen explotando esas condiciones que tiene nuestro país para ser el destino vacacional de un tipo de ocio concreto y cuyas consecuencias y conflictos poco les importan: consumo masivo de alcohol y drogas, degradación de infraestructuras y paisajes, conflictos por los comportamientos injustos con la población local de donde se produce el festival, etc.

El tipo de ocio que representa el festival veraniego encaja perfectamente en el modelo de ocio juvenil que lleva promoviéndose desde hace unas décadas, y que se basa en la concentración de masas y el consumo masivo de alcohol y otras sustancias. La estrategia de promover el consumo de drogas entre la juventud para apaciguar su rebeldía ya se probó por la burguesía en los años ochenta y les salió conforme a lo esperado: diversos movimientos anticapitalistas fueron aplacados con la inyección de drogas tan tristemente características de esos años en los barrios obreros. Hoy es una droga más blanda la utilizada para la alienación de la juventud: la relación entre el ocio juvenil y el alcohol se ve mismamente en la organización y financiación de los festivales, cuyos principales patrocinadores son precisamente marcas de bebidas alcohólicas. Ron Negrita, Heineken o Mahou, entre otras, han sido en diversas ocasiones los mecenas de estos espectáculos, donde no sólo han puesto dinero como patrocinadores, sino que se les han permitido derechos de organización y comunicación en el propio festival.

¿Significa todo ello que el festival de música es un tipo de ocio totalmente negativo para la juventud? En absoluto, pues ya no se puede obviar que la música es una gran parte de nuestro ocio y de nuestra cultura, y los festivales son una buena oportunidad para disfrutar de ella con amigos en nuestras vacaciones. Ahora bien, esto no hace que sea menos obvio que vivimos una época de mercantilización de todo tipo de ocio, en el cual la juventud popular cada vez pinta menos como organizadora y gestora. En las verbenas populares a las que, como el director del Sonorama Ribera decía, los festivales de música han sustituido, al menos la juventud tenía una mayor implicación, al poder participar en las juntas de las fiestas y organizar programas de ocio en agrupaciones de peñistas. ¿No sería una gran alternativa de ocio para la juventud que también estos festivales fueran de gestión popular, en vez de ser grandes empresarios y marcas de bebidas alcohólicas quienes decidan cómo debemos los jóvenes disfrutar de la música?

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