En el 97 aniversario de la Revolución soviética queremos hacer un homenaje a los millares de jóvenes que lucharon al lado de los obreros y campesinos tanto organizando la toma del poder y derrotando la contrarrevolución posterior como luego poniendo en marcha el Estado socialista a través del Komsomol y la Organización Vladimir Lenin de los pioneros.
Es ante los más duros acontecimientos cuando se fraguan los hombres y las mujeres más preparados para soportar cualquier adversidad. Y sin duda todos estos jóvenes soviéticos, algunos conocidos y otros anónimos, merecen un homenaje por los que hoy continuamos su obra, en Rusia o en cualquier otro país.
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Corría el año 1917 en Rusia, país profundamente atrasado que se debatía febrilmente entre el viejo estado de las cosas y las nuevas circunstancias que ponían sobre la mesa los aires de revolución. Durante décadas se habían ido gestando en el país las condiciones para que, el 25 de octubre de 1917 -según el calendario juliano imperante por aquel entonces en aquellos lares, y que en nuestro calendario gregoriano correspondería al 7 de noviembre- la clase obrera saliese a la calle para tomar el cielo por asalto haciendo la revolución socialista.
Este mes, como sucede año tras año desde entonces, los trabajadores de todo el mundo conmemoran aquella gesta que descubrió a una asustada burguesía, por la fuerza de los hechos, que la época actual es de manera irremisible la de transición al capitalismo al socialismo.
Debido a la profunda significación histórica de aquel hecho, y a la importancia que tiene para la clase obrera, los comunistas también en España recordamos en noviembre aquella revolución que los soviéticos llamaban sin tapujos Gran Revolución Socialista de Octubre. Es este un período que aprovechamos para recoger sus enseñanzas, pero también para recordar y rendir homenaje a quienes participaron en tan gran proceso, dando en muchas ocasiones su vida en él.
La Revolución de Octubre fue el resultado de la lucha colectiva de millones de obreros y campesinos en todos los pueblos que, por aquel entonces, estaban dentro del Imperio Ruso. El Estado socialista que surgió en noviembre de 1917 fue también una creación conjunta de todos ellos, que pasaron a ser sus dueños.
Los jóvenes trabajadores, campesinos y estudiantes tuvieron, sin duda, su papel en aquella larga contienda, antes, durante y después de la Revolución. A ellos les tocó, como a los de más edad, sufrir la extrema crueldad de la eficaz policía secreta zarista -la Ojrana- en los ominosos años previos a 1917. Los gendarmes del Zar perseguían a los jóvenes, a la flor y la nata de la Revolución, por todo el país y les encerraba en siniestras fortalezas, les aplicaba implacables torturas o les apartaba de su familia exiliándolos a los remotos y fríos parajes de Siberia. El propio José Stalin -quien luego fuera líder soviético- sufriría esas penalidades con apenas treinta años de edad.
Ese río de sangre jóven que ya manaba en la oscura época zarista, siguió fluyendo tras la Revolución de Octubre pues todos los trabajadores del país se movilizaron contra la intervención extranjera en la Guerra Civil Rusa. Millones de personas, rusos y de otras nacionalidades, perecieron en la contienda, siendo muchos de ellos combatientes o civiles jóvenes. El precio a pagar por la independencia de la Rusia soviética y por el mantenimiento del poder socialista sería muy alto.
Acabada la guerra, todos los trabajadores y campesinos del país, también la juventud, se puso en marcha para la reparación del daño causado por el imperialismo con su intervención bélica. Empezó la construcción del socialismo. Se generalizan entonces el Komsomol (Juventud Comunista, creada en 1918) y la Organización Vladimir Lenin de los Pioneros.
La última agrupaba a los niños de 10 y 15 años de edad, transmitiéndoles los valores propios de la sociedad socialista: la amistad entre los pueblos y las personas, la cooperación y la voluntad de construir un mundo mejor. El Komsomol, por su parte, era la estructura que acogía a lo mejor de la juventud, a aquellos chicos y chicas más abnegados y decididos en edificar el socialismo en el país, preparándolos para su futuro ingreso en el Partido Comunista.
Abrió Octubre de 1917 una época próspera y cómoda para la infancia y la juventud de la Unión Soviética, en cuanto tenían aseguradas sus condiciones de existencia desde los primeros años: las capacidades cada uno eran aprovechadas mediante una vastísima red de centros educativos y culturales totalmente gratuitos. Todo el mundo encontraba su lugar en la sociedad de acuerdo con sus capacidades.
Pero no fue un proceso exento de dificultades. Aquellos jóvenes tuvieron que defender con uñas y dientes su país y su sistema social. Tuvieron que pasar hambre en ocasiones por el sabotaje de los kulak (burgueses del campo) que mataban al ganado y quemaban las cosechas; debieron entregarse en cuerpo y alma a la industrialización del país, proceso necesario pero naturalmente muy duro; y debieron sacrificarse, en muchas ocasiones, para hacer frente a la bestia fascista que los capitalistas desataron contra la Unión Soviética en 1941. Las hazañas de todos ellos quedaron vivamente plasmadas en la cultura socialista soviética, y han llegado a nosotros a través de ella, con obras como el libro "La Joven Guardia" de Alexandr Fadeiév, que relata las peripecias de un grupo de entregadas mujeres dispuestas a todo por la Revolución; o la película "La infancia de Iván" (1962).
Todavía hoy, paseando por Moscú, podemos encontrar una parada de metro que lleva como nombre "Zoya Kosmodemyanskaya". Es el eco del intenso recuerdo, inextinguible, que permanece en millones de corazones rusos y de otros países, y que la burguesía no ha podido apagar con su restauración capitalista. Es la admiración y el homenaje de tantos trabajadores que saben, en las profundidades de su ser, que el sacrificio de tantísimos jóvenes soviéticos no fue en vano. Porque, como dijo antes de ser ahorcada Zoya Kosmodemyanskaya -chica que, recordemos, voluntariamente se alistó para combatir a los nazis y murió ejecutada por ellos-: "Podéis colgarme, pero no estoy sola. Somos doscientos millones. No podéis colgarnos a todos".
Domenec Merino es Subdirector de Opinión de Tinta Roja.
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