En estos días de enero los estudiantes universitarios nos hallamos inmersos en época de exámenes. Como es habitual en las fechas presentes, surgen en la vida de los alumnos numerosas dificultades derivadas del contexto social en el que desarrollamos nuestra vida académica en general y el reto de las pruebas escritas y orales en particular.
Y es que cuando nos planteamos cualquier cuestión, no podemos aislarla de aquellos elementos que colindan con ella e influyen sobre la misma. Este caso no es una excepción, así que a la hora de lanzar reflexiones sobre los problemas que se alzan en el camino del estudiante en época de exámenes, no podemos hacer abstracción del sistema socioeconómico en el que vivimos (el capitalismo) ni del papel que juega el sistema educativo en el marco de éste.
Sin duda uno de los elementos que se ponen a debate en estos días del calendario, asfixiados como estamos por la concentración de todas las pruebas en una franja limitada de días, sumada a la obligación de entregar numerosos trabajos, es la idoneidad o no de la evaluación continua y -en consecuencia- el papel que deben jugar los exámenes parciales y finales en nuestra educación.
Todos los estudiantes sabemos, porque lo vivimos y sufrimos en carne propia, que con el avance del proceso mercantilizador de la universidad pública -plasmado en la práctica con iniciativas como el Plan Bolonia o Estrategia Universidad 2015-, los gestores políticos del sistema apuestan firmemente por sustituir el viejo sistema de las licenciaturas en el que se daba una importancia crucial a las pruebas parciales y finales, por un método de evaluación continua en el cual se exige al alumno -al menos sobre el papel, aunque luego existan matizaciones- asistencia regular obligatoria a clase, acudir a seminarios, entregar trabajos y realizar pruebas presenciales más allá de un exámen final.
Sin duda, este cambio de paradigma ahonda en muchas problemáticas instaladas ya de manera crónica en la carga de sufrimientos que debemos soportar los jóvenes estudiantes de extracción obrera y popular en el marco del sistema capitalista. Y quizá es importante incidir más profundamente en la palabra "ahondar", pues estos problemas no se generan con el Plan Bolonia, sino que son consustanciales a nuestra existencia en el sistema capitalista y sólo experimentan matizaciones con una u otra reforma educativa.
Entre las problemáticas sugeridas, sin duda debemos hacer mención a la dificultad de compatibilizar la vida laboral y la académica. Y es que la burguesía es consciente -a diferencia de los intelectuales de todos los pelajes que en este país defendieron a capa y espada la aplicación del Plan Bolonia en su día- de que el sistema de evaluación continua aplicado a la realidad de nuestra decrépita sociedad capitalista, implica que muchos estudiantes tengan que trabajar para hacer frente a los precios abusivos de las matrículas (cuyo impacto es amplificado por la reducción de ayudas económicas estatales a los alumnos) pero se hallen ante la imposibilidad de hacerlo, debido a la obligatoriedad de acudir diariamente al aula o de dedicar numerosas horas a lo largo de la jornada para elaborar trabajos y seguir el ritmo de los distintos ejercicios pautados por los docentes, que en muchos casos puntúan pequeñas pruebas realizadas en clase.
Como decía, este hecho particularmente desagradable no aparece con el Plan Bolonia, pues ya antes era necesario para muchos jóvenes trabajar o bien para pagarse los estudios, o bien para sobrevivir en el contexto de un sistema en franca decadencia. Y aunque es cierto que en las licenciaturas existía un sistema de recuperaciones y no era obligatorio acudir a clase, no es menos cierto que los alumnos que se veían empujados a adentrarse en la jungla del mercado laboral a la vez que el mundo académico, tenían menos posibilidades de rendir en sus asignaturas.
Los y las comunistas, como no podía ser de otra manera, nos opusimos firmemente en su momento -y lo seguimos haciendo ahora- al Plan Bolonia y las reformas subsiguientes por considerar que éstas responden a la estrategia de la oligarquía de mercantilizar las universidades y, a la vez, expulsar de ellas a ingentes cantidades de estudiantes de familia trabajadora para que se incorporen o bien a la Formación Profesional o bien directamente a la cola del paro, beneficiando el bolsillo del empresario con el suministro de más mano de obra con menor cualificación. Estuvimos y estamos, pues, en contra de la evaluación continua en el marco del sistema capitalista que condiciona a tantos hijos e hijas de la clase obrera.
Sin embargo, nos vemos obligados también a contextualizar nuestra postura. Y es que aquella posición que en una época determinada es válida, puede dejar de serlo en otra. Nosotros creemos que el estudiantado no puede aspirar sólo a hacer retroceder los crudos intentos de la burguesía de expulsarnos de la universidad (aunque en un momento dado sea necesario dar este paso, organizándonos para defendernos de sus ataques), sino que mediante un proceso prolongado de acumulación de fuerzas tiene que prepararse para prestar la ayuda necesaria a la clase obrera con el objetivo de que ésta sea finalmente capaz de derribar el poder de los empresarios y los banqueros y de construir otra sociedad. Una sociedad en la que, por supuesto, habrá una educación radicalmente distinta a la actual, estando al servicio del pueblo y no de los bolsillos de la patronal.
¿Y cuál es nuestra idea de educación en el marco de esta sociedad socialista futura? Dicha idea está plasmada en las tesis de nuestra I Conferencia de Movimiento Estudiantil, y en ellas afirmamos que es posible e incluso deseable un proceso de evaluación continua en el contexto de esa sociedad radicalmente distinta a la nuestra. Una sociedad en la que los estudiantes universitarios de extracción obrera y popular deberemos poder contar con acceso gratuito a la universidad y becas-salario que garanticen nuestro sustento mientras dure la etapa de formación educativa superior. También suficientes recursos para poner a nuestra disposición las infraestructuras y el personal docente necesarios para que el proceso sea de verdad útil para nosotros, amén de métodos pedagógicos cualitativamente superiores a los actuales que sólo podrán ser engendrados y/o generalizados por el sistema del futuro. Aquel que nosotros -los estudiantes de extracción obrera y popular- tenemos que ayudar a alcanzar con nuestra organización y lucha.
Domènec Merino es miembro del Comité Central de los Colectivos de Jóvenes Comunistas.