En primavera de 1968 tuvo lugar en Francia una larga lucha obrera y estudiantil que marcó el curso de los acontecimientos e influyó de manera notable en los del resto de países del mundo. Siguiendo la lógica dialéctica, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que los hechos acaecidos en mayo del 68 tuvieron un impacto negativo y a la vez positivo en el presente de entonces y el futuro que debía seguirlo. Marcado por la heroicidad de muchos de sus actores, pero también lastrado por el oportunismo de numerosas tendencias ideológicas que convergieron en la batalla, las revueltas fueron frustradas rápidamente sin por ello dejar de ser una formidable escuela de lucha para la clase obrera y los sectores populares franceses y de todo el mundo.
Y es que un análisis científico de la historia de los acontecimientos puede, sin duda, contribuir al fortalecimiento de nuestra estrategia y táctica sobre la base de la constatación de los aciertos y errores cometidos.
Para ello, es necesario caracterizar correctamente los hechos empezando por una correcta apreciación del papel de los actores que intervinieron. Y es que en la actualidad, mucha gente se ha formado la idea errónea, no sin la inestimable ayuda de los medios que tiene la burguesía para reproducir su hegemonía, de que el mayo del 68 fue un movimiento eminentemente estudiantil. Partiendo de esta premisa, no son pocos los que han teorizado que la juventud, y en particular los estudiantes, son el motor de la revolución y de la lucha de clases. No es de extrañar que estas ideas broten a menudo de la boca de grupos pequeñoburgueses de raíz universitaria.
Pero nada más lejos de la realidad. La virulencia de mayo del 68 y el temor que infundió a la burguesía se debió fundamentalmente al papel activo que jugó la clase obrera en el conflicto. Reconocer esto es posible sin subestimar la colaboración de los estudiantes quienes sin duda prendieron la mecha al conflicto y constituyeron una valiosísima fuerza auxiliar en el desarrollo de éste. Pero es necesario situar cada elemento en su sitio y darse cuenta de que la lucha no habría adquirido las dimensiones a las que llegó sin la apuesta decidida de nueve millones de obreros que decidieron dejar de engrosar las arcas de los empresarios parando el centro neurálgico del sistema capitalista durante semanas: las fábricas. Así, si el entusiasmo juvenil suscitó una temerosa represión del Estado capitalista al principio y empujando a los obreros a la calle, la lucha no habría existido tal y como la conocemos si estos obreros no se hubiesen encontrado en una situación previa de conflicto, decididos a tomar el papel que les correspondía.
Como decía José Stalin a propósito de una serie de luchas obreras y populares acaecidas en su tierra a principios del siglo XX: "Sea como sea, en el momento actual el estudiantado interviene en el movimiento de la 'sociedad' casi como dirigente, como destacamento de vanguardia. En torno a él se agrupa hoy la parte descontenta de las diferentes clases sociales. [...] Pero las reivindicaciones formuladas por los estudiantes [...] son demasiado restringidas para un amplio movimiento social. Para unir a todos los que participan en este movimiento hace falta una bandera [...] que sea comprendida por todos [...] Naturalmente, los estudiantes no se hallan en condiciones de librar esta grandiosa lucha con sus solas fuerzas: sus manos débiles no podrán con esa pesada bandera. Para sostenerla son necesarias manos más robustas, y en las condiciones actuales la única fuerza capaz de hacerlo es la fuerza unida de los obreros." (Obras Completas, Tomo I, pp. 34-35, Ediciones Tinta Roja).
Durante la lucha de mayo del 68, al menos nueve millones de obreros en Francia estuvieron en huelga. Dos millones se mantuvieron firmes en el parón durante más de un mes con un formidable desafío a su enemigo de clase. La convocatoria afectó al corazón del capitalismo: la producción de mercancías. Con la huelga de empresas colosales como Citröen, Michelin, Peugeot, Renault y el parón de minas, puertos y transportes.
Durante los tiempos precedentes a los acontecimientos señalados la clase obrera francesa había estado sumida en numerosos conflictos parciales y participando en movilizaciones generales contra la degradación de las condiciones laborales. Por ejemplo, en febrero de 1967, 3.200 obreros de la fábrica Rhodiaceta de Besançon se plantaron contra los despidos; la huelga se extendió rápidamente a otras fábricas de la misma empresa, como la de Lyon, y a sus filiales Cellophane y Nordsyntex. Finalmente 300 policías entraron violentamente en la planta de Besançon.
Hubo otros ejemplos, como las huelgas en Mans y Mullhouse. En la primera, los gendarmes entraron en violenta confrontación con los huelguistas; en la segunda, los manifestantes obreros invadieron edificios públicos.
En el noroeste del país, en la ciudad normanda de Caen, 4.800 trabajadores de la empresa SAVIEM pararon la producción en clave ofensiva, reivindicando un aumento de salarios y ocupando la fábrica. Esto sucedió en enero de 1968. Los obreros, muchos de ellos jóvenes de veinte a veinticinco años, tuvieron que enfrentarse a la policía armados con piedras y palos.
El 13 de diciembre de 1967, millones de trabajadores tomaron las calles en multitudinarias convocatorias de los sindicatos contra el paro y la precarización de las condiciones laborales.
Estos pocos ejemplos, junto a muchos otros, constituyen un remarcable registro que caracteriza la situación que abonó el terreno para que estallase el mayo del 68.
Volviendo a los acontecimientos de mayo, aquello que inició la revuelta fue una serie de huelgas, ocupaciones y manifestaciones estudiantiles que habían empezado a partir de pequeñas reivindicaciones económicas y otras de más calado político. Todas ellas se habían encontrado con la brutal represión del aparato estatal burgués, lo que inflamó los ánimos y empujó a los alumnos a la calle con redoblada intensidad.
A mediados de mayo tienen lugar algunas de las convocatorias más masivas en respuesta a la represión del Estado. Lo que había empezado como pequeñas movilizaciones de estudiantes, con centenares o miles de asistentes, acabó en verdaderas mareas humanas que inundaron las calles francesas. La clase obrera no duda un instante en convertir sus conflictos concretos ya existentes en huelgas que se extienden rápidamente por toda la geografía gala y dan verdadera dimensión al conflicto. Así, por ejemplo, los obreros de la empresa Sud-Aviaton de Nantes, que estaban en lucha por los salarios desde hacía meses, ocupan la fábrica el 14 de mayo y encierran al director y a algunos de sus lacayos. Otras siguen el ejemplo, como Renault-Cleon y la insigne Renault-Billancourt, referente obrero. Previamente, el 13 de mayo, muchos obreros ya habían salido a la calle y los sindicatos habían llamado a la huelga.
El 29 de mayo hubo una manifestación colosal convocada por la Confederación General del Trabajo (CGT)
La lucha de mayo del 68 a pesar del ímpetu de la clase obrera y los sectores populares hastiados por la miseria del sistema capitalista, acabó consumiéndose por falta de dirección política revolucionaria del movimiento. Los estudiantes, sumidos en el caos infundido por distintas tendencias anarquistas, trotskistas y maoístas que propugnaban el individualismo y actuaban encapuchados siguiendo la filosofía de la propaganda por el hecho, se entregaron a la desorganización y al espontaneísmo; los obreros, traicionados por las cúpulas de los sindicatos y por el Partido Comunista de Francia eurocomunista, que buscaba el pacto con el Estado, fueron abandonando las huelgas paulatinamente a lo largo de las semanas siguientes. Los más tenaces se mantendrían firmes hasta junio, pero acabarían abandonando la lucha al verse solos.
Al final, la podredumbre ideológica que se abalanzó sobre el movimiento y la falta de dirección política revolucionaria acabaron convirtiendo un movimiento de masas en simples concesiones económicas y políticas dentro de los márgenes del sistema: un aumento del 35 % en el SMI, aumento generalizado de los salarios y convocatoria de elecciones legislativas. Esto muestra, no obstante, el miedo que infundió la movilización a la burguesía, que en las próximas semanas se aprestaría a ilegalizar a más de diez formaciones políticas y a desatar una feroz represión sobre la clase obrera y los sectores populares.
La más valiosa lección que podemos extraer del mayo del 68 es la centralidad de la clase obrera en la lucha revolucionaria, la necesidad de su organización y también la de las capas populares, y la imperiosidad de una correcta dirección revolucionaria del movimiento, que sólo puede ser garantizada por un Partido Comunista guiado por los principios del marxismo-leninismo.
Domènec Merino es miembro del Comité de Redacción de Tinta Roja.
Ha escrito otros artículos para Tinta Roja como "Un acercamiento al debate sobre el uso de la violencia y la no-violencia en la lucha revolucionaria" (30-01-2014), "Una aproximación al estudio de las relaciones afectivo-sexuales en el capitalismo" (17-03-2014), "El uso de las pelotas de goma es criminal" (03-04-2014) y "Sobre la cuestión nacional en Cataluña y la propuesta política de los comunistas" (27-06-2013).