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Filosofía básica para la juventud revolucionaria (II): El Estado ¿justo? ¿ideal? de Platón

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En la primera incursión de este ciclo vamos a escarbar en las teorías platónicas, para intentar arrojar luz sobre algunas cuestiones que, generalmente, no están ni en los libros del Bachiller ni en la mayoría de obras de análisis sobre el filósofo. Nada más lejos de nuestra intención quitarle importancia o desacreditar a una de las figuras más importantes de la historia de la filosofía, pero que sea importante no significa que tengamos que estar de acuerdo con él, ni que hayamos de halagarlo ciegamente como a un sabio incuestionable. En la Grecia Antigua, ¡nosotros estamos con los esclavos!

Platón vivió en el siglo IV antes de Cristo en Atenas, en un momento histó… para, para, para, así empiezan todos los libros y pasan muy rápido algún tema. Además de nacer y vivir en una sociedad, lo hizo en una familia de un tipo muy concreto: pertenecía a una familia aristocrática, es decir, propietaria de tierras y de esclavos, emparentada con políticos y grandes propietarios -incluso su padre se decía descendiente de un rey. Por consiguiente, no trabajaba en una taberna, ni en el campo ni en los almacenes, como sí hacemos tú y yo, lector, y nuestros hermanos los esclavos atenienses. La situación vital de Platón -su posición de clase- nos va a servir para entender muchas cosas que antes nos hubiesen pasado desapercibidas, si sólo nos fijásemos en lo que decía y no en cómo y dónde vivía y por qué decía lo que decía.

Retomemos la biografía: vivió en un momento histórico en que la democracia (es decir, que el 30% de la población tenía voz mientras el 70% eran esclavos, algo es algo) predominaba en Atenas, en parte gracias al político Pericles; el arte, el comercio y la artesanía florecían y la clase a la que pertenecía Platón, la aristocracia propietaria, veía en detrimento su poder económico -por causa de las nuevas relaciones de producción comercial y artesanal en detrimento de la simple explotación agraria esclava- y también su poder político -ya no gobernaban los más ricos o sabios sino “todos” los ciudadanos-. Tenemos pues a un Platón aristócrata, descontento con cómo se desarrollan las cosas: no es sólo la “injusta” condena y muerte de Sócrates lo que le convierte en contrario a la democracia ateniense, sino el hecho de que la organización democrática sitúa a otra clase a la cabeza de la sociedad y no a la suya, que él considera la más sabia. En consecuencia, su propuesta política tendrá mucho que ver con reordenar la sociedad en favor de los suyos, mantener el poder en su sitio y, de paso, hacer una ciudad más bonita, sabia y ordenada según sus criterios.

No vamos a detenernos en todas las cuestiones filosóficas que aborda Platón porque son numerosísimas, así que nos centraremos en lo que interesa para el tema del Estado ideal. Quien haya estudiado un poco a este señor sabrá que consideraba la Justicia, el Bien y lo Bello -todo en mayúsculas- como algo objetivo, algo impepinable que se podía aprender; la meta, la iluminación al final de un camino hacia la sabiduría. En consecuencia, el Estado debía estar gobernado por y sólo por quienes alcanzaran ese grado de sabiduría. En otros escritos defiende Platón la política como algo innato del ser humano, pero en el caso práctico, prefiere establecer niveles de capacidad política: unos tienen por naturaleza más capacidad y otros menos. ¿Y cómo se alcanza ese grado de sabiduría? Diseñó un plan de estudios con distintas disciplinas: quien no superase los primeros grados pertenecería a la clase de los productores, quien sí alcanzase los altos conocimientos en matemáticas y gimnasia, formaría la clase de los guerreros, y quienes alcanzaran la iluminación de la sabiduría, grupo reducidísimo, serían los gobernantes. Hasta dónde llega uno depende -y esto huele ya un poco a tongo y a difícil de medir- de la naturaleza del alma que se tenga. Ah, un sistema educativo que segrega, esto es algo que los estudiantes de hoy en día no conocemos, ¿verdad? Entonces, es el propio Platón, filósofo gobernante, quien estipula los criterios para ver quiénes son los gobernantes, y serán estos gobernantes los que mantendrán o variarán -para algo son los que mandan- los criterios de elección y elegirán a los futuros gobernantes. Bueno, no parece un sistema muy fiable en una sociedad antigua, aristocrática, con grandes divisiones económicas y esclavista. ¿Propone Platón alguna medida para evitar la corrupción de este sistema? ¡Sí! Dice que aquellos que conocen el bien son incapaces de no hacerlo (recordemos que el Bien es algo objetivo, fijo, absoluto y clarísimo). No hace falta argumentar contra esta memez porque se cae sola. ¿No será este sistema de los filósofos gobernantes una artimaña para mantener en el poder a aquellos que tienen tiempo, poder y dinero y que pueden superar ese abstracto sistema educativo valorado por los propios gobernantes aristócratas? Muy probablemente sí, Platón reordenando la sociedad para mantener el poder cerca de los suyos, que son pocos y adinerados, por cierto. Literalmente, estos son los criterios que definen a un buen gobernante, según Platón, osea al filósofo-rey: tener “capacidad para preservar las leyes y las costumbres”, poseer “la ciencia del ser”, “pasión por la esencia inmutable de las cosas” y “capacidad discriminadora de la verdad y la ruindad”. Sabiendo lo que sabemos, no parecen elementos muy fiables y es fácil imaginar que no vayan en favor de las clases populares; de hecho eso de “la esencia inmutable de las cosas” nos recuerda un poco a “el capitalismo es el único sistema posible” o “el ser humano es egoísta por naturaleza”, estamos categóricamente en desacuerdo.

Pero además de este sistema de gobierno, Platón propone un esquema general de lo que ha de ser el Estado Ideal, y ello también nos da algunas pistas y demostraciones del carácter clasista de su política. En primer lugar, en una de sus obras, aparece un esclavo hablando, y algún optimista ha querido ver ahí una proclama antiesclavista. Lo sentimos pero no, el Estado Ideal dividido en 3 clases, lo está realmente en 4, pues nada dice Platón de eliminar la esclavitud, porque la ve como algo absolutamente natural, como que llueva hacia abajo o que los animales se reproduzcan. Las cifras son difíciles de calcular, pero si tomamos que hay 20.000 ciudadanos en Atenas en el siglo IV a.C, añadid 80.000 esclavos trabajando para ellos sin ningún derecho de nada y tendréis una estimación proporcionada. ¡El Estado ideal! En segundo lugar, expone que para tener una ciudad justa se debe dar a cada uno lo que naturalmente se corresponde y cada uno debe ocupar el lugar que naturalmente le corresponde: eso es la justicia. A los productores (hablamos siempre dentro de los 20.000, los 80.000 esclavos no entran aquí), que tienen un alma que tiende al deseo material (porque sí, porque lo dice él), les corresponde trabajar/producir y gozar de algunos placeres físicos. A los guerreros, que tienen un alma irascible, les corresponde mantener el orden establecido y hacer la guerra a otras polis. A los gobernantes, que tienen un alma racional, les corresponde gobernar. El caso es que los dos últimos grupos también habitan en casas, comen, beben, leen, disfrutan de los servicios de la polis y todo ello sin producir nada… ¡vaya! ¿A alguien le recuerda a nuestros ejércitos modernos y nuestra policía, y a los políticos burgueses que viven todos ellos del cuento de “estar gobernando”? Literalmente “reciben de los demás, en recompensa, lo que necesitan cada año para su manutención”, dice en Las Leyes. Policías y políticos… quiero decir... guerreros y filósofos-gobernantes no producen, no trabajan, pero ostentan el poder, no tienen propiedades particulares pero igual disfrutan de la buena vida, y como “conocen el bien”, nos aseguramos de que no se van a corromper. ¡El Estado ideal!  Cierto que no podemos decir que guerreros y gobernantes no trabajan: trabajan haciendo leyes y asegurando que se cumplan, pero este es, en primer lugar, un trabajo no productivo y, en segundo lugar, un trabajo que lejos de beneficiar a toda la sociedad como el cultivo o la ganadería, beneficia sólo a la élite que gobierna y disfruta de la ociosidad y la filosofía, mientras que condena jurídicamente a miles de humanos a la esclavitud. Pero ¿y qué pasa con los “productores” o “artesanos”? Otro aspecto que no se trata en prácticamente ningún análisis es la cuestión de la propiedad privada. Platón sitúa a los filósofos-gobernantes y a los guerreros como exentos de propiedad; si añadimos que los esclavos no tenemos en propiedad ni nuestras sucias ropas, nos queda que sólo esos artesanos poseen tierras, máquinas, herramientas y transportes. Como nuestro filósofo no aclara quién posee qué, quién trabaja para quién y quién come de dónde, hemos de deducirlo nosotros: no preocuparse, con la información que tenemos, es fácil, conociendo la estructura material y social, es pan comido dibujar esta pieza del rompecabezas. Si tomamos que de los 20.000 ciudadanos, 30 son filósofos gobernantes y 3.000 son guerreros, nos quedan unas 17.000 personas que son productoras. Entre ellas se encuentran tanto ciudadanos relativamente pobres, que quizás tengan un huerto y cuatro vacas, como terratenientes con grandes extensiones de tierra y decenas de animales y esclavos a su servicio. El esquema queda así: el pequeño productor trabaja algo, el gran terrateniente no trabaja nada, los esclavos trabajan a destajo, los guerreros guerrean o apalean a los esclavos que se rebelan y los filósofos mantienen esta pirámide en nombre de la Sabiduría, la Justicia, el Bien y la Belleza. ¡El Estado ideal! ¿Y dónde queda Platón? O entre los gobernantes o entre los terratenientes, al igual que todos los suyos.

Para ser honestos, probablemente Platón no desea la riqueza como los ideólogos de hoy en día, sino que busca una sociedad que comulgue con lo que él cree que es lo mejor, aquella en la que los sabios se dedican a filosofar y a gobernar, los esclavos a producir y las clases intermedias a vivir simplemente. No obstante, claro, en la justificación de esa sociedad perfecta para sus ideas y sus intereses (ideas rectas, belleza absoluta, justicia natural…) se lleva por delante cualquier principio progresista tanto político como ético como, incluso, técnico: cancela la posibilidad de los esclavos de tener una vida y desarrollarse como humanos y condena a la sociedad a un gobierno estático basado en conocimientos academicistas metafísicos.

Para conocer más a fondo las ideas de Platón y poder contrastar, replicar y ver las aplicaciones de las bofetadas que aquí hemos expuesto, recomendamos leer las obras La República y Las leyes, como principales obras políticas del filósofo. No queremos con este artículo lanzar a Platón a la basura de la historia: todos sus diálogos son de un interés excepcional y tiene montones de ideas y principios muy válidos, progresistas, sabios y útiles. Simplemente queremos estimular un estudio crítico, y desarrollar en la juventud revolucionaria esas gafas marxistas con las que comprender mejor los pensamientos, las ideologías y las teorías políticas. Hemos hecho, a muy grandes rasgos, lo que planteábamos en la introducción: Estudiar el contexto y la posición social, de clase, de cada autor o corriente y tener en cuenta para qué sirve socialmente cada posición filosófica y qué es lo que motiva que alguien piense así o asá. Además, somos conscientes de que condensar la filosofía platónica en un artículo deja muchos matices sin tocar y muchos huecos por rellenar, así que si deseas rebatir argumentos, añadir elementos o preguntar, no dudes en comentar este artículo en nuestras redes sociales y comenzaremos el debate.

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