En la pasada entrega del artículo, Del poeta social al poeta de sociedad (I), planteamos la actual situación de la poesía, en relación con el auge de “nuevos poetas”, recitales y festivales que se ha dado en los últimos años. Planteábamos también que la consigna de “devolver la poesía a las calles” no iba a poder ser cumplida por estos jóvenes autores. Finalmente, señalábamos cómo Miguel Hernández se había convertido en un referente de esta nueva poesía, pero que la búsqueda por parte de los jóvenes poetas de un “público” hacía que realmente no pudieran hacer una poesía social, que es la única que hoy en día puede ser auténticamente popular.
Y no pueden, porque, por un lado, no han entendido (o no han querido entender) los mecanismos de supervivencia de la poesía fuera del libro: las formas métricas tradicionales, muy musicales, de un Miguel Hernández que quería que sus compañeros recordaran sus versos en la batalla, debían su forma precisamente a este objetivo. Estaban diseñados para ser melódicos, para poder ser recordados. Sin embargo, lo que nuestros contemporáneos han entendido que debían hacer es una poesía escrita deprisa, de cara a cumplir con el siguiente recital programado, a su siguiente hora de publicación en Facebook. Los poetas modernos han preferido la velocidad a la intervención: Un poeta contemporáneo no puede ser un poeta social en tanto que sus versos no están concebidos para ser recordados y por lo tanto no pueden mover a ningún tipo de reflexión. Estas nuevas poesías no están hechas para ser memorizadas sino consumidas.
Tampoco pueden serlo porque, por otro lado, también en sus temáticas, el planteamiento social de los poetas modernos es, en el fondo, antipopular. La poesía moderna está cargada de un “yo”, que es solo “yo”, y nunca “nosotros”; precisamente, lo contrario a Miguel Hernández. Por lo que respecta a la parte política de la poesía moderna, los análisis tienden a ser superficiales, cuando no ausentes. Para estos poetas resulta que el problema de España es la corrupción. Como si desde los años 80 no hubiera habido siempre en España un paro del 8% o mayor. Como si la privatización de la Educación o de la Sanidad se debiera a cuatro manos demasiado largas y no al capitalismo en sí mismo. No se ahonda en la raíz profunda de los grandes problemas que deben afrontar los trabajadores.
Por lo que respecta al resto de las temáticas, el enfoque tiende a ser tremendamente individual. Es evidente que a uno de los jóvenes que constituye el público de estos poetas se le puede hablar de la tristeza del autor, de sus problemas en el amor o de la horrible incomprensión que sufre por su condición de poeta maldito... y lo entenderá. ¡Claro que lo entenderá! ¿Pero es esto poesía social? De sociedad, si acaso. Una poesía que ofrece reflejos superficiales de la sociedad pero que no ahonda en sus problemas.
Aunque en un momento el oyente no lo entendiese o no estuviese de acuerdo, un verdadero poeta social, un poeta que quiera “devolver la poesía a la calle” diría “pan, Partido, sindicato” y lo explicaría una y otra vez, en el frente que tocara. Precisamente eso hizo Neruda.[1] En este sentido un poeta contemporáneo no puede ser un poeta social si sus versos parten de unos análisis políticos nacidos del seguidismo de los medios “de izquierdas” sin profundizar en absoluto en las raíces de las problemáticas sociales. Para el poeta contemporáneo todo nace y muere en él; no entiende el componente extraliterario de toda obra poética, es decir, aquello que va más allá del texto: no entiende que no va a haber “poesía en las calles” si el objetivo sigue siendo extremadamente individualista, si no se habla de la realidad de las calles en esos poemas.
Por poner un ejemplo, a mí me gustaría saber cómo se puede hablar de España, de la pobreza de los trabajadores españoles, si jamás se ha participado en un conflicto obrero, si jamás se ha formado parte de un sindicato. A mí me gustaría saber, sencillamente, cómo se puede hacer poesía social, que es la única opción que tiene un poeta contemporáneo de “llevar la poesía a las calles”, si jamás se ha acercado a los trabajadores. Eso no quiere decir que el poeta social deba escribir sólo de despidos y de guerras; pero sí que no puede hacer una poesía “popular” que no afronte de cara la realidad colectiva. Un poeta social no puede encerrarse en sí mismo. Lejos del pueblo trabajador, cualquier pretensión de “incendiar las calles” con la poesía, es decir, de hacer una poesía social, no pasa de ser pura retórica.
Si se me permite sospechar, tengo la impresión de que, para estos poetas, voluntariamente o no, lo de “devolver la poesía a las calles” no es un problema de ideales sino de público. Ante un mercado saturado, lo que quiere el poeta moderno no es mover a la acción al pueblo trabajador, no es convertir su poesía en un medio de expresión colectivo; sino hacer de su obra una mercancía que le genere unos beneficios; ya sean económicos, ya sean simplemente anímicos, al ver subir las cifras de sus cuentas en las redes sociales.
Y es que la cuestión de fondo es quién es el sujeto activo en todo este proceso literario. Y el poeta moderno tiene una palabra que suele ser su respuesta a todo: “Yo”. Lo que la práctica del poeta contemporáneo demuestra es que no quiere “llevar LA poesía a la calle” sino “llevar SU poesía a la calle”. Un poeta que hoy en día quiera tomar parte por una “poesía de la calle” no puede limitarse a llevar su poesía a los trabajadores, sino que debe fomentar que los trabajadores creen su propia poesía: es ahí donde radica la diferencia entre buscar un público y crearlo.
Y esta capacidad de expresión se crea organizándose y organizando a las personas en los centros de estudio, en los centros de trabajo y en los barrios. Se crea machacándote en los barrios, participando en escuelas populares dando clases de refuerzo a chavales sin medios económicos; se crea participando en una universidad obrera que otorgue capacidades artísticas, metodológicas e ideológicas al pueblo para que alcance su libertad, que es uno de los grandes objetivos de la poesía. Sin un trabajo real en el ámbito extraliterario, es decir, en la vida real de “las calles”, nada de lo que digan los poetas será más que la búsqueda de un mercado. Con su forma de actuar, la consigna de “devolver la poesía a las calles” es una retórica vacía de un grupo de nuevos poetas, en su mayoría universitarios, que quieren darle una etiqueta diferente a su poesía. Una poesía con un verdadero carácter popular debe acompañar la vida de los barrios y no “evitarla”.
De esta forma, esta “nueva poesía” no va dirigida a las calles, donde hay trabajadores con todo tipo de formación, sino, de nuevo, a otros universitarios dispuestos a comprar sus libros. Querer que las calles conozcan tu poesía como fin único y no como un medio para provocar nuevos poemas es sólo una búsqueda de ampliar el público potencial y no un intento de enriquecer la cultura, de mejorar la vida de los trabajadores, que somos el sustento de esta sociedad y tenemos que tomar las riendas de ella en todos sus aspectos, incluido el arte.
El problema del poeta contemporáneo, aun cuando de corazón quiere tomar como ejemplo a Miguel Hernández, es que repite el funcionamiento de su ídolo de forma mecánica. Y así, no estamos hablando de una poesía “social” sino de un planteamiento más bien de “poeta ilustrado”: versos para el pueblo, pero sin el pueblo. Esta forma de actuar es un avance indiscutible en la España de los años 30, con un analfabetismo de más del 30%ii[2] , pero una limitación hoy en día, toda vez que el contexto sociocultural es diferente, por mucho que el sistema económico que oprime al trabajador siga siendo el mismo: el capitalismo.
Un poeta contemporáneo no puede ser un poeta social en tanto que sus versos sólo están destinados a ser consumidos por un público lo más amplio posible. No puede “devolver la poesía a la calle” mientras no busque movilizar al público para que cree su propia poesía en vez de intentar moverlo solo a que participe pasivamente, pagando entradas a festivales y comprando libros.
Ahora bien, ¿está todo mal en la nueva poesía? ¿Es verdad que, como se la ha llegado a considerar, se trata de un arte menor, de literatura barata? ¿Qué han aportado los nuevos poetas a un arte social, qué han conseguido “devolver a las calles”?
[1] Más allá de su poética amorosa, el gran contacto de Neruda con el pueblo trabajador se daba en poesías como El hombre invisible, donde crítica, precisamente, el individualismo en la poesía, y la reclama para el pueblo; o en la Oda a la crítica, donde se desmarca de la crítica académica y reclama el papel de su poesía en la vida del pueblo.