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La gran ilusión: cuando los festivales se convirtieron en negocio

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Con la llegada de la primavera comienza a haber un auge de los festivales de música en todo el Estado, son de sobra conocidos nombres como el “Primavera Sound Festival”, el “FIB” y, especialmente, el “Viña Rock”. Estos festivales, algunos con referencias y carteles de grupos reivindicativos, tienen una cara oculta y es que cuando la cultura se convierte en negocio, el trabajo en estos festivales adopta unos claros tintes de explotación que aumenta exponencialmente ante la ilusión de muchos que participan en ellos de forma voluntaria.

Una de las posibilidades de ocio más de moda entre la juventud son los festivales de música, desarrollados a lo largo del año, pero concentrados sobre todo en los meses de primavera y verano. Decimos “de moda” no por la novedad del formato, en absoluto. Históricamente acontecimientos como el festival de Woodstock o incluso Rock in Rio nos muestran la trayectoria y la pervivencia de los festivales de música. Recurrimos a la calificación “de moda” por el trato y el aprovechamiento de estos eventos como un producto de mercado, que busca rentabilizar el mayor beneficio, hinchando los precios cuanto más se hincha la demanda, y fidelizando a esta mediante recursos publicitarios.

Tal es así que la fecha de lanzamiento de la venta de entradas de algunos festivales como el ViñaRock, que recientemente ha celebrado su vigesimosegunda edición, se ha convertido en todo un evento. Las redes sociales ardían ante el fallo del servidor, colapsado ante cientos de personas que aguardaban desde la madrugada para conseguir una de las primeras entradas. Además de la fidelización que el ViñaRock, a pesar de las inclemencias del clima y algunos fallos organizativos, ha logrado, el interés por conseguir estas tempranas entradas era, por supuesto, económico. No olvidemos que los precios suben como la espuma y, pocos días antes del festival, sería necesario pagar cerca de 70€.

Los y las jóvenes – o no tanto – que asistimos a festivales de este tipo buscamos, no solamente escuchar a nuestros grupos favoritos en directo en un mismo fin de semana, sino, siendo claros, desconectar al máximo de la vida cotidiana, disfrutar como si no hubiera un mañana, rodeados de gente con la que compartimos este objetivo, y todo esto en un ambiente alternativo, donde se movilizan mensajes y lemas de lucha y anticapitalismo (desde las letras de las canciones a las camisetas de los y las asistentes). Nos da la impresión de que seguimos reivindicando, aunque sea de fiesta, como dice la conocida canción de Boikot: “Hoy me voy de fiesta, pero recuerda que hay cosas que no puedo olvidar. Vaya mierda de futuro, yo no asumo mi rendición”[1].

Sin embargo, esta mercantilización de los festivales provoca que estemos delante de un doble discurso, en el que la ideología de los y las asistentes que buscamos para estos días un espacio festivo pero que reivindique y defienda una serie de valores es confrontada por ciertas prácticas lucrativas y en pos de la mayor competitividad y rendimiento más propias del mundo empresarial. Por ejemplo, hace tres ediciones, la página web trabajarporelmundo.org ofrecía la siguiente (y llamativa) oferta: “¿Conoces Viñarock? ¿Eres de esos que acude cada año acude al festival de Villarrobledo? ¿Te gustaría vivirlo este año desde dentro formando parte de la Organización? ¡Hoy te contamos cómo hacerlo!”[2]

Para cumplir el sueño de trabajar en tu festival favorito, además de la posibilidad de “sacarte unos extras”, se ofrece que “para ser voluntario en ViñaRock 2014, has de cumplir unos requisitos tales como ser mayor de 18 años de edad, tendrán prioridad (pero no excluye) aquellos que tengan experiencia en otros trabajos de voluntariado…”[3], así como pagar 50€ de fianza. Incluso el diario El País, se ha hecho eco de la extensión de este tipo de prácticas, donde “El voluntariado a cambio del abono y en algunos casos de alojamiento gratis en el camping se repite en los festivales más concurridos como el Rototom Sunsplash, Viña Rock, (ambos superan los 200.000 asistentes) (…)”[4]

Lamentablemente, las precarias condiciones laborales de la juventud, en las que tener una experiencia demostrable en el CV, aunque haya sido sin cobrar, es el objetivo de miles de personas que engrosan las cifras de desempleo y aguardan una posibilidad para ganarse la vida. Si no, tampoco podemos negar al voluntariado que se ofrece para “vivir la experiencia”, lo cual no deja de ser una forma de asistir al festival ahorrándose el coste de la entrada y recibiendo algún mísero bocadillo. Así es que buceando en la red podemos fácilmente encontrar varios testimonios que ponen en relieve los intereses lucrativos de la organización de uno de los principales festivales alternativos.

Por ejemplo, en 2013 un vigilante de seguridad aseguraba que “La empresa organizadora contrata a otras empresas, se supone para el buen funcionamiento del evento. Y justo antes de empezar estas empresas hacen recortes en el personal, que por cierto llevan alli desde el domingo o lunes. Sabiendo que empiezan a trabajar el lunes o miércoles (…) muchos se vuelven a casa sin cobrar un duro y perdiendo los dineros del desplazamiento de ida y vuelta a sus respetivas casas.”[5] Los y las que bien conocemos este tipo de prácticas empresariales podemos considerar este testimonio como algo totalmente verídico, y muy en relación con la reducción de personal de seguridad de eventos como el tristemente famoso Madrid Arena, y donde los y las empleadas son el último mono, un elemento totalmente prescindible… si no fuera porque de su trabajo depende su pan de cada día.

El último mono también es lo que se han sentido muchos grupos y solistas ante la organización de estos festivales. Por su repercusión y reconocimiento, para un grupo que (igual que los y las trabajadoras que enunciábamos líneas más arriba) se están forjando un currículum, no cabe duda de que el ViñaRock es un grandísimo escaparate. Para otros, formar parte del cartel se ha convertido en una condición para seguir en boga, convirtiéndose en una parada obligada en sus giras, y, viceversa, su presencia es también necesaria para la organización, que promete la mejor música rock, punk, reagge, hip hop y metal del momento.

La noticia de impagos a grupos y proveedores tras el ViñaRock de 2011 movilizó a algunos de los principales grupos del Estado, asistentes o no al festival. A raíz de esta falta de respeto a los y las afectadas que supone no cobrar por un trabajo realizado (no olvidemos que un músico no deja de ser un obrero, y que tras el grupo que se sube al escenario hay decenas de trabajadores y trabajadoras que se encargan del sonido, el mantenimiento, la puesta en escena etc.), varias irregularidades salieron a la luz. La Carta abierta de Lorenzo Morales (el Noi del Sucre) al Festival Viña Rock y al grupo Lendakaris muertos parte de la base que “sin cobrar el 90% de un festival en 2011, se haga otro en 2012 da mucha vergüenza y mucho asco.”[6], pero también pone sobre la mesa varios elementos.

Junto a la denuncia de la falta de solidaridad o la traición de grupos afectados que, aun así, vuelven a formar parte del cartel de la siguiente edición, esta carta explica como unos grupos son pagados más que otros (cuando son pagados) en función de algo tan poco materialista como el caché. En palabras del autor: “que si les pagaban un pastizal no es porque ellos como grupo generen esa cantidad de dinero en una sala actuando solos, es porque se lo están quitando a alguien, y ese alguien ya sabía muy bien quiénes eran; a los que trabajan y a los grupos con menos nombre, porque los capitalistas no te regalan nada”[7].

Pero, finalmente, encontramos también en esta carta el testimonio de que, como la figura del becario, del aprendiz, del trabajador en prácticas, muchos de los y las artistas que asisten a estos festivales, lo hacen sin cobrar o incluso pagando por ello, llevándose por su actuación el reconocimiento, que su nombre empiece a sonar… Efectivamente, la organización de estos eventos ha copiado las prácticas patronales del trabajo gratis, de pagar por la experiencia, han disfrazado de altavoz (que cuesta dinero, como todo) lo que en realidad es mano de obra: “Durante años muchas bandas han tenido que pagar para poder actuar en dicho festival, y sí, digo bien ¡PAGAR! por poder actuar, porque cuando lo que te ofrecen no te cubre los gastos básicos y tienes que ponerlo de tu bolsillo ya estás pagando por dicha actuación (…) Lo que no sabe el público es que hay bandas a las que nos les llega ni para quedarse a dormir esa noche, cosa que le importa bien poco a la organización”[8]

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