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¿Fiestas patronales o excusa para la agresión sexual?

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Desde las más humildes a los San Fermines, todas las fiestas populares evolucionan, todas cambian. Aún así, hay cosas que se repiten una y otra vez, y el mes de Agosto es una concentración de todas ellas, en todos los pueblos en que un patrón o una patrona nos hace salir a la calle a divertirnos. O ojalá fuera sólo eso, porque la realidad habla de más cosas.

Miles de pueblos celebran en Agosto sus fiestas patronales: gran parte de la juventud nos hemos criado en ellas, en las calles de nuestros pueblecitos o de nuestras ciudades. Para la mayoría son un evento importante, de encuentro, de reencuentro, de fiesta, de diversión y de evasión, pero lamentablemente no todo el mundo puede disfrutar con la misma libertad.

La avalancha de alcohol y drogas, ya de por sí negativa para la salud y la conciencia crítica del pueblo, crea un ambiente de desenfreno y caos que avala, dicho de forma entendible, el "todo vale". Porque estábamos de fiesta, todo vale; porque estábamos borrachos, todo vale; porque estábamos drogados, todo vale. Este paradigma justifica muchas cosas: destrozos, suciedad indiscriminada, micciones donde toca y donde no... pero esto son cosas que pueden mejorarse, a las que podemos poner una solución más o menos rápida y efectiva. No obstante, el tornado de agresiones sexuales de todo tipo que se dan en el marco de las fiestas es un tema mucho más serio. Obviamente no se dan sólo en las patronales -los santos se levantaran de sus tumbas- pero la concentración de gente, la permisividad de la policía y el desfase con el que se encara Agosto tras un año entero de trabajar como esclavos, hacen de estos eventos una lamentable concentración de expresiones del machismo, del patriarcado.

Este 2016, en San Fermín se denunciaron cuatro violaciones y un intento de violación, así como numerosas agresiones sexuales de otro tipo, tanto de las mismas agredidas como de testigos. Todo ello hay que sumarlo a aquellas que no se denunciaron, que no son pocas, y a todas las agresiones menos explícitas. "No creo que en Pamplona esté ocurriendo algo distinto de lo que pasa en otras ciudades en fiestas" dijo un concejal de la ciudad. No obstante, en otros lugares, sobretodo en los pueblos pequeños, no se denuncian, no se registran, no salen en los medios de comunicación y, por tanto, parece que no existen. Lejos de no existir, la tranquilidad con la que un hombre puede volver sólo a casa de madrugada, descansar en un banco o bailar en una discomóvil es tremendamente mayor a la que tiene una mujer. Este hecho es una costumbre casi inconsciente que hemos de ahogar en el pasado. "Todavía queda mucho por hacer, pero la gente interviene más en el momento en el que se produce", declaraba Iraxte Álvarez, portavoz de la Plataforma de Mujeres contra la violencia sexista. Los datos de intervención que manejan son algo esperanzadores, como el hecho de que la manifestación contra las agresiones machistas juntara más gente que el chupinazo, pero la estructura patriarcal, metida en la psicología de grandes masas de población, aún hace estragos.

En España, el año pasado fueron asesinadas 65 mujeres, y en lo que llevamos de 2016 ya vamos por la treintena. Como en San Fermín, esto es la punta del iceberg.

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