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Historia reciente de los CJC: Catalunya

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Finales de 2007, la crisis capitalista ya había estallado y se decía que todo el sistema financiero internacional iba a caer como un vulgar castillo de naipes. La depauperización de la clase obrera y del conjunto del pueblo trabajador en poco tiempo pasó a ser una realidad palpable en mi entorno, en mi barrio, en mis amigos y compañeros, en mi propia familia.

No tenía ya ninguna confianza en la coalición ICV-EUiA, a la que había votado en dos ocasiones y mis autodidactas estudios me habían alejado definitivamente de una simpatía hacia el trotskismo. Ya no me valía el catálogo de temprana juventud de candorosas, furibundas e impotentes buenas intenciones.

Con el rigor del sanitario, ya no esperando encontrar una adorable utopía cincelada en el papel, sino ciencia para la acción, releí "El manifiesto comunista" y hallé una potencialidad real de conocer y cambiar mi realidad. Me había prendado del marxismo-leninismo.

Pero ni la más fina de las doctrinas ni el más riguroso método son nada sino se enfrentan con el único objeto que tiene, la única verdad que existe: la práctica, la realidad concreta. Así que contacté por correo con los CJC en Catalunya, los CJC/JCPC. Me figuraba una organización ideológicamente sólida, pequeña, de momento insignificante para la lucha de clases pero con potencial. Me hubiera gustado que tal organización tuviera una incidencia real pero más allá de algún cartel en la calle tuve que ir yo a buscarla, ella no vino a mí. La verdad es que no esperaba gran cosa.

Y pronto descubrí que los CJC/JCPC estaban más cerca de un grupo de amigos que de una organización política. Sinceramente, mis impresiones no fueron buenas.

Por un lado, entré en contacto con personas inteligentes, agudas, honestas, con gran voluntad de sacrificio, muchas inquietudes personales, solidarias y muy divertidas.

El trabajo se fundamentaba, y se fundamentaría durante algún tiempo, en una agitación pedestre, una intervención en el frente estudiantil de bajo perfil o la promoción de plataformas donde se llegaba a un número limitadísimo de jóvenes. Participábamos en muchísimas movilizaciones, 3 al mes al menos, sobre todo a rebufo de la izquierda independentista catalana, las más de las veces no marcábamos perfil alguno más allá pasear la bandera y hacer alguna consigna que hoy daría vergüenza cantar.

Tras 6 meses de pre-militancia me plantee seriamente dejarlo. Por un lado, había encontrado a unas escasas 15 personas con inquietudes próximas a los mías, pero tenía serias dudas de que todo esto fuera a ninguna parte. En realidad, no se caía todo a pedazos por el trabajo de una persona en concreto: Albert Camarasa.

Sin embargo, para mi sorpresa, y antes de expresar mis dudas, no sólo se me dio el carnet sino que se me eligió para la responsabilidad política de uno de los tres colectivos que había en toda Catalunya. Fue la primera de muchas responsabilidades de importancia que me fueron cayendo en menos de un año.

A poco más de año de coger el carnet era ya miembro electo de la dirección en Catalunya y del Comité Central de los CJC. Estas propuestas fueron rechazadas por mi parte en primera instancia ya que, sinceramente y sin falsa modestia, pensaba que me venían grandes. Sin embargo, pude ser testigo, desde una posición privilegiada, del increíble crecimiento cuantitativo y cualitativo de los CJC desde el año 2009 hasta el año 2013.

La camarada Emma Esplà dejaba la Secretaria General en el VII Congreso de los CJC. Ella, con una enorme capacidad organizativa, había consolidado un grupo de personas muy pequeño, en la dirección central, y con una fuerte implicación en la base que mantenía de facto la estructuración de los CJC. Con un esfuerzo individual increíble, este equipo asentó una base para un crecimiento harmónico y centralizado de la organización.

El fuerte impulso del IX Congreso del PCPE supuso una clarificación política suprema así como el asentamiento de los conceptos "Táctica" y "Estrategia" que nos dotaron de una preciada brújula para tomar decisiones y hacer avanzar la organización. El IX Congreso era una clarificación en cuanto a la definición de la exigencia de nuestros tiempos: el socialismo.

El IX Congreso dilucidó el carácter militante que necesitaba el proyecto comunista, un militante capaz de liderar estratégicamente la lucha de masas, partiendo de manera natural de la realidad concreta de vida, trabajo y padecimiento de la clase obrera y el pueblo. Teníamos que ser militantes capaces de imbuir a las masas la importancia suprema de la organización. Y entendiendo que la organización era la única arma con la que contaba la clase obrera para su lucha por la toma del poder, empezamos por aplicarnos el cuento nosotros mismos.

¡Y menudo cambio!

Los CJC empezaron a incorporar a decenas de jóvenes de toda España cada mes, en base a un sólido trabajo de masas, a la mejora en el carácter leninista de nuestro trabajo y a una referencialidad política creciente.

Tengo que decir que, una vez concebí la organización en su conjunto, entendido plenamente el proyecto, asentando la concepción de militante comunista, no hubo ni un solo día que no me sintiera desbordantemente orgulloso de luchar en los CJC. Tenía la sensación de participar en algo sustancioso, de estar más vivo, más cuerdo, que la vida de uno valía la pena y a la vez que alimentaba algo más grande que uno mismo.

A nivel personal no todo fue bueno, siempre tuve la nauseosa sensación de que no estaba a la altura, al ser partícipe en los debates, en la elaboración y en la lucha junto a referentes de la altura política de Sócrates Fernández o Marina Gómez, entre otros.

A nivel organizativo no todo fue un camino de rosas. Camarasa se descargó de sus responsabilidades en Catalunya para jugar un papel más preponderante a nivel central. Esto desató una violenta dialéctica en la organización catalana, tradicionalmente rezagada en todos los aspectos. Este hecho nos puso a los militantes catalanes frente a nosotros mismos, frente a lo que teníamos y lo que no, tensionando y situándonos ante una militancia responsable, fuera del paternal regazo de nuestro mayor referente.

Se abrió un escenario donde se visualizaron miserias colectivas y personales, donde se dio paso a la evolución de los militantes y de la organización en sí. A partir de ahí, la realidad nos llamó a una militancia real donde evolucionaron diversos cuadros políticos en todos los ámbitos.

En unos pocos años, teníamos una organización catalana con implicación colectiva, una renovación radical de los militantes y del tipo de militancia, una intervención de masas importantísima, sólida, continua y determinante en el Frente estudiantil, una intervención militante individual, a veces patosa a veces brillante, en el Frente obrero, también una intervención colectiva puntual en éste; puntual pero de un valor incalculable: nuestra participación en las huelgas de ciertos sectores, en las huelgas generales... aún se me acelera el corazón al recordar la heroica e histórica huelga indefinida de Panrico.

Sin chovinismo regional alguno, considero que de ser la peor sección de los CJC, pasamos a ser el referente en ciertos aspectos para el conjunto de la organización.

En estas condiciones abandoné, para centrarme en nuestro referente partidario, una organización con la que había caminado entre gigantes, pese a una contribución personal modesta. En definitiva, dejaba los CJC en los que yo soñaba entrar en aquellos ya lejanos 2007, tan sólo esperando haberle aportado una infinitésima parte de todo ésta lo que me llegó a aportar a mí. Gran y poca cosa porque aún la Historia nos llevaba varias yardas de ventaja.

Para finalizar, quisiera dedicar unas breves palabras al comunista del que he aprendido más: mi Secretario General Juan Nogueira. Lejos de ser un militante perfecto (¿¡quién lo es!?) fue un militante que fue creciendo en todos los aspectos en el marco de una dirección central sobrepasada por el crecimiento vertiginoso de la militancia. Quisiera destacar mi admiración por su tremenda labor pedagógica, su sacrificio personal y su arrolladora inteligencia política. La clase obrera y el pueblo trabajador merecen la dirección política de hombres y mujeres como él.

Tal fue mi paso por los CJC, orgulloso de haber pertenecido a esta forja de aquellos que han nacido para hacer vencer a la clase obrera.

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