En el Pabellón Príncipe Felipe de Zaragoza el pasado 15 de Abril, Silvio Rodriguez dio el tercero de los conciertos planeados en nuestro país dentro de su gira de presentación de nuevo disco, Amoríos.
Silvio Rodríguez es único en su especie. Pocos, o ninguno, conjugan pasión revolucionaria, poesía y voz característica como él lo consigue desde hace más de 40 años. Acompañado de una banda de músicos a su altura, en la que destacaron (con permiso del resto) piano y flauta travesera, nos deleitó con canciones nuevas y canciones viejas que hicieron las delicias de un público cautivado.
Si bien el concierto estaba planeado para empezar a las 20.00h, no fue hasta las 21.30 cuando finalmente un atruendo llenó el pabellón a la vista de un hombre que, pegado a una guitarra y con boina a la cabeza, se dirigió al centro del escenario. El concierto empezó con canciones de su nuevo disco, Amoríos, el cual desde aquí recomendamos si aún no se conoce. Entre canción y canción, Silvio se mostraba cercano con el público, contando anécdotas, haciendo bromas, recordando historias… No obstante, en esta primera parte del concierto aún no había explotado, salvo algún clásico como Óleo de una mujer con sombrero, veíamos a un Silvio contenido. Y es que lo mejor aún estaba por llegar.
Después de un breve descanso en el que el respetable pudimos pedir un refrigerio, mandar a nuestros amigos alguna foto del concierto o simplemente disfrutar de los acústicos de dos de los músicos, Silvio volvió cargado de canciones y revolución. Porque Silvio tiene muchos clásicos, pero esa noche decidió elegir los que más cargados de significado están, donde más demuestra su amor por Cuba y por la Revolución. Pudimos disfrutar de canciones como La Maza, El necio, Sueño con serpientes, Tonada al albeldrío, Unicornio… Entre canción y canción, en el público se veían banderas cubanas y gritos en favor de la revolución. Por supuesto, no podemos olvidar otras que también sonaron como Quién fuera, Gota de rocío…
Varias veces hizo Silvio el intento de terminar la velada, y varias veces se lo negamos. ¿Acaso iba a marcharse sin tocar Ojalá? No ante un público que le haría los coros durante toda la canción. Y cuando ya parecía que se había marchado, diez minutos de aplausos y súplicas lo trajeron al escenario por última vez, donde se despidió con otra canción dedicada a la revolución cubana, ante un público que ya había abandonado las gradas para verlo a pie de pista. Más de dos horas de concierto ante un público que, si bien no fue demasiado multitudinario, sabía perfectamente a por qué había ido y no se fue sin recibirlo.
Pasan los años, pero podemos seguir diciéndolo; Te queremos, Silvio.