Conocido es por todos el último parte militar franquista que anunciaba el fin de la guerra: En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. Era 1 de abril de 1939 y se abría una nueva etapa sangrienta y triste para la historia de nuestro pueblo, aunque también de lucha y resistencia heroica.
Pero, ¿Cómo se había llegado a esta situación?
El 25 de julio de 1938 el Ejército del Ebro se lanzaba a la ofensiva, abriendo uno de los episodios más importantes de nuestra guerra. Franco, que había cortado el territorio de la España leal en dos, avanzaba hacia Valencia. Era necesario pues frenar esa intentona. Tras encarnizados enfrentamientos cuatro meses después el ejército republicano se retiraba. El objetivo de salvar Valencia se había conseguido, pero la desorganización del frente de Cataluña hizo que el ejército de Franco acabase tomando Barcelona y toda Cataluña a inicios de 1939.
La situación era crítica para la República pero aun así ¿Estaba perdida la guerra? En primer lugar, debemos analizar la definitiva derrota no solo por la superioridad material del ejército sublevado, no solo por la convivencia con las democracias burguesas europeas alineadas en la No Intervención o en la determinante injerencia del eje Roma-Berlín. Hay que ver en el seno de la propia República buena parte de los motivos de esta derrota.
Desde hacía tiempo, en algunos sectores del PSOE, del anarquismo y de los militares profesionales que se habían mantenido fieles en sus inicios, cundía el derrotismo y la traición. Hablaremos de uno de los más destacados: Segismundo Casado.
Casado, ascendido a coronel en mayo de 1938, era el Jefe del Ejército del Centro, parte fundamental de la estructura y fuerza militar republicana. La ofensiva del Ebro, de la que hacíamos referencia más arriba, no se concebía de manera aislada sino encuadrada en toda una estrategia militar ofensiva que incluía operaciones en la zona centro republicana, que permitiera descongestionar el frente principal y asestar otro duro golpe en la zona centro-sur franquista. Sin embargo, el Ejército del Centro no se movilizó y no por falta de efectivos, capacidad y moral del grueso de la tropa.
Por su parte, el Ejército de Cataluña y miles de civiles, cerca del medio millón, quedaron al otro lado de la frontera sin la posibilidad de volver a la zona Centro. No obstante, y pese a las enormes dificultades y situación desfavorable, en la zona Centro aun quedaba un ejército de 600000 hombres e importantes ciudades y puertos. Junto con una política orientada cada vez más hacia la clandestinidad y a la guerra irregular, las posibilidades de resistencia hubieran sido mayores. Pero no fue así.
En enero de 1939, cuando Cataluña ya caía bajo las garras del fascismo, se declaraba el Estado de Guerra en el territorio republicano. Aunque parezca extraño, pese a estar en guerra la República no lo declaró hasta dos meses antes de la derrota. Sin embargo, lejos de lo que aparentemente podríamos entender como un acierto para centrar los esfuerzos en la guerra, supuso la excusa perfecta para que los sectores del ejército conspiradores y vacilantes dieron el golpe perfecto para liquidar a la República y el principal sustento de la política de resistencia: el Partido Comunista de España.
El anticomunismo furibundo del coronel Casado hizo que en 1939 iniciase contactos para la conspiración con el dirigente socialista Julián Besteiro y con la quinta columna falangista en Madrid. Eran los primeros días del mes de marzo y comenzaba su sublevación prohibiendo el Mundo Obrero en Madrid. Mientras, en Cartagena, donde estaba una base naval fundamental para la República, la sublevación era aplastada sin que llegase a tiempo el socorro de Franco.
Pero en Madrid, con buena parte del IV Cuerpo de Ejército mandado por el anarquista Cipriano Mera, se mandó aplastar a las fuerzas lideradas por el PCE. Ante la negación de ciertos mandos de reunir una fuerza lo suficientemente fuerte para aplastar a los sublevados, comienza el abandono de España por buena parte de los miembros del Gobierno y de los principales dirigentes del PCE. Franco entraba pocos días después sin disparar un solo disparo.
La historia nos ha demostrado que no existió ninguna paz honrosa. Sangre, cárcel, tortura y exilio contra el pueblo español fue la moneda con la que pagó Franco a la traición de Casado. Igualmente, la historia nos demuestra que la política de resistencia, pese a las durísimas y adversas condiciones, era la única opción digna y viable para asegurar, sino la victoria, el encadenamiento con el conflicto internacional que estallaría tan solo 6 meses después.
Aunque Franco se equivocaba en su parte, la guerra no terminaba, quizá si sus combates encarnizados y directos, pero la lucha armada continuó en la sierra durante una década y después la resistencia antifascista se consolidó en los barrios obreros, las universidades y las fábricas. Y hoy, 75 años después, los hijos y nietos de esos luchadores continuamos en guerra, en la guerra de clases.