El paso del bachillerato o del grado superior a la universidad es un gran salto, a veces confuso, a veces frustrante y en ocasiones emocionante. Los nuevos alumnos tendrán que enfrentarse a diversos cambios y queremos advertirles sobre lo que les espera.
Los primeros días son interesantes, uno se ve rodeado de caras nuevas, se forjan nuevas amistades en un entorno desconocido. Las aulas nuevas, la facultad, el campus, hay que descubrir los nuevos edificios, que a veces resultan laberínticos, los cuales resultan mucho más grandes y complejos que los institutos a los que uno se había acostumbrado.
Esta es la primera de las barreras que se le imponen a los estudiantes, un entorno desconocido y a veces hostil (perderse por el campus sucede a menudo en grandes universidades). La administración suele intentar resolver este problema con una presentación, una especie de bienvenida a la universidad, allí se dicen cosas muy bonitas, pero la realidad es bastante diferente en la práctica, y al final de esta charla uno está igual de perdido que al principio.
Añadamos a esto el problema del transporte. Lo habitual antes era acudir a tu centro de estudios por tu propio pie, pero en la universidad esto suele ser la excepción. Sobre todo en casos como Madrid, Barcelona o Bilbao donde se construyeron universidades alejadas de la vida en la ciudad, esta fue una medida que tomó el régimen franquista para separar a los rebeldes estudiantes del movimiento obrero, de tal forma que no pudieran establecer ningún tipo de lazo entre ellos, se quería aislar el pensamiento crítico de la ciudad. Esta medida provoca que tengamos que gastar entre 20 y 40 minutos hasta nuestras facultades en autobuses cuyo precio suele exceder la lógica de la universidad pública. Y esto es desde donde se coge el autobús, habrá estudiantes de la periferia, de pueblos, o simplemente de la zona opuesta de la ciudad que tendrá que coger el metro, el cercanías, el autobús antes de llegar a la parada de autobús que te lleva a tu campus.
Esto no sólo implica que tendrás que madrugar más para llegar a clase, o que llegarás más tarde a casa porque ahora tienes una hora de viaje en el transporte público, esto también significa que el gasto de tus estudios aumentará bastante. Se acabó el cómodo trayecto al instituto. Y al terminar esta facilidad surge otro problema, la tentación de faltar a clase.
En la universidad, salvo algunas excepciones, existe mucha libertad en cuanto a asistencia, esto es lógico dada la metodología que allí se aplica. Por lo general a los profesores no les importas un comino, algunos de ellos dan clase de una formal realmente mediocre, para ellos la docencia es un mal que tienen que soportar, lo importante son sus investigaciones. Claro que no todos son así, no todos se dedican a leer diapositivas con desgana, también están los que llenan la pizarra con fórmulas o esquemas que debes copiar a toda velocidad sin tiempo a pensar o los que imparten clases magistralmente aburridas desde lo alto de la tarima. Por supuesto habrá verdaderos profesionales de la docencia, que superen con creces a los profesores del instituto, pero no se puede decir que estos sean la mayoría.
En medida parte es un problema metodológico donde se ha situado a los profesores en un rango de superioridad con respecto al alumno, donde en vez de establecer un proceso dinámico de aprendizaje, en el que se produzca debate, se resuelvan dudas, la participación e iniciativa de los alumnos se vea potenciada; en su lugar se ha aplicado un sistema más bien dogmático, rígido y pasivo.
A unas aulas unas veces abarrotadas, otras medio vacías, a unos profesores generalmente indiferentes hay que sumarle unos horarios de locura. Gracias al plan Bolonia, una reforma aplicada desde la UE, nuestro sistema universitario cuenta con unos horarios inconstantes y desorganizados, con horas libres entre clases, con clases prácticas a la tarde cuando se supone que el horario escogido sólo es de mañana.
Es lógico que bajo estas condiciones, asignaturas que parecen inútiles, profesores que, efectivamente son inútiles, universidades alejadas y horarios mal organizados, las cafeterías de las universidades estén siempre llenas de vida.
Así que por lo general, después de unos días de confusión y emoción uno llega al desencanto de encontrarse en un sistema muy parecido al bachiller sólo que peor organizado y más libre, donde muchas veces parece mejor plan estar jugando al mus que durmiéndose en alguna clase.
Mucho tienen que cambiar las Universidades de este país para que vuelvan a ser lugares de saber llenos de vitalidad y no lúgubres cavernas donde se atrincheran los catedráticos.