Así será la reválida en secundaria: una traba más al derecho al estudio

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Desde el primer anuncio de la LOMCE, en la Juventud Comunista venimos denunciando una de sus más notables innovaciones, cómo no, para nada dirigidas a la “mejora de la calidad educativa”, como rezan sus siglas: las reválidas. Se trata de exámenes que los estudiantes de primaria, secundaria y bachillerato deberán realizar al final de sus ciclos (sexto de primaria, cuarto de ESO y segundo de Bachillerato) sobre todo el temario recorrido. Efectivamente, si no se aprueba este examen, no se recibirá el título correspondiente, con todo lo que ello conlleva.

Algunos periódicos amanecen hoy con titulares muy positivos: las reválidas de secundaria no serán tan fuertes como se creía. ¿Las mejoras? Al final no serán tipo test con 350 preguntas ni serán a la misma hora en todo el Estado. Pues menuda victoria... Veamos en qué consisten estas reválidas.

Tras cuatro años de Educación Secundaria, más de un centenar de exámenes, otros tantos trabajos y muchas horas dedicadas al estudio y a las actividades de los libros de texto, por fin el estudiantado recibe el título de secundaria, y puede acceder al bachillerato o a la formación profesional. Nunca es un camino fácil: instalaciones y materiales cada vez en peor estado, masificación de las aulas, problemas económicos y familiares... Ahora la ley para la mejora de la calidad educativa viene a añadir otra traba: para recibir el título, cada estudiante deberá realizar siete exámenes a final de curso, que repasarán los contenidos de todo el ciclo (sí, los cuatro años). Si pasa esta prueba final, recibirá el título, y sino, no.  Cada examen durará una hora, habiendo al menos 15 minutos entre uno y otro, aunque las pruebas se realizarán en un período de cuatro días. Representantes del ministerio de educación decidirán los contenidos de las materias, mientras que cada comunidad autónoma redactará, en base a esos contenidos, las preguntas concretas y se encargará de la corrección. Todo esto vale para el Bachillerato.

Las reválidas se pondrán en funcionamiento a partir de 2017 (parece que ese tiempo en que se decía que la LOMCE no se iba a aplicar ya mismo ya ha pasado), es decir, el curso que viene. Para la primera hornada de jóvenes, no obstante, no serán decisivas: no será necesario aprobarlas para recibir el título. En lugar de eso, los cuatro años de trabajo contarán un 70% sobre la nota final y las reválidas un 30%. En Bachiller el porcentaje será de 60% el trabajo de los dos años y 40% las reválidas. La computación de las notas del período y las reválidas determinarán si se recibe el título o no.

Según el Ministerio, este sistema va dirigido a “garantizar que todo el alumnado alcance los niveles de aprendizaje adecuados” y “normalizar los estándares de titulación en todo el Sistema educativo español”. Hay que ir acostumbrándose a leer por detrás las palabras del Ministerio, porque lejos de normalizar y garantizar, lo que hace es limitar y segregar. Porque, ¿qué va a suponer que haya que realizar estas pruebas globales al final de cada ciclo? Que haya estudiantes que no las pasen, por razones tanto académicas -imposibilidad de recordar y repasar todo el contenido del ciclo-, económicas -imposibilidad de pagarse una academia, o tener que trabajar a la vez que se estudia-, familiares -problemas en casa, familiares dependientes y padres que trabajan todo el día...- o del carácter que sea. Y, ¿qué pasa con los estudiantes que no consiguen el título? Que se ven forzados a parar, postergar o abandonar sus estudios. ¿Qué consecuencias tendrá que cada vez más estudiantes, frenados por las reválidas, abandonen los estudios y consigan menos títulos? Que habrá un mayor número de jóvenes con baja titulación.

Todos sabemos lo que implica que haya cada vez más jóvenes con baja titulación académica: es la excusa perfecta para pagarnos sueldos de miseria.Las reválidas en primaria, ESO y Bachiller, las pocas plazas de FP pública, la subida de tasas universitarias y de la Formación Profesional o la falta de becas son distintas caras del proceso de expulsión del estudiantado obrero de la educación; de la negación, cada vez menos sutil y justificable, de nuestro derecho a recibir una educación digna. Esta y otras maravillas nos esperan a los estudiantes si no logramos destruir la LOMCE; como se ve, paralizarla en acuerdo parlamentario, de poco sirve.

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