Trainspotting 2: O la dificultad de elegir la vida 20 años después

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trainspotting 2

Veinte años después de la célebre cinta protagonizada por Ewan McGregor y dirigida por Danny Boyle, que marcó un antes y un después en los años 90, volvemos a ver en la gran pantalla a Renton, Sick Boy, Spud y Begbie. Tras estos veinte años de larga espera, nos traen una obra que equilibra momentos de cargada nostalgia con elementos novedosos, que redibujan la esencia de Trainspotting para hacer las delicias de los que disfrutaron la primera.

Una película para los fans, no para la crítica

Antes de nada, aclararemos que es probable que aquel espectador que vaya a ver la película con un desmedido hype puede llevarse una desilusión. No estamos ante una película que pretenda marcar época, esta no era ni de lejos la intención del director. Estamos ante una película que, a pesar de la voluntad de muchos pseudo-críticos gafapastas, está pensada para hacer disfrutar a aquellos que aún recuerdan Trainspotting: un largometraje dispuesto a mostrar la sordidez de la vida de los bajos fondos británicos al ritmo del pop-rock inglés que marcara época en los años 80.

Trainspotting 2 nos traslada a una historia más cargada de reminiscencias nostálgicas a un pasado sin el que no podemos entender el film y que repite la exitosa fórmula que le diera el éxito a la primera edición: una exquisita fotografía, una banda sonora que permanecerá en nuestra cabeza durante días y una historia marcada por las continuas puñaladas traperas y el cuestionamiento de la amistad entre rateros.

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¿Qué nos enseña Trainspotting 2?

Sin que la historia sea totalmente nueva, sí que podemos ver cómo los cuatro amigos han avanzado de forma muy lineal a lo largo de estos 20 años. Sick Boy ha continuado en su faceta de buscavidas sin olvidar la traición de un Renton que vuelve a su Edimburgo natal con el rabo entre las piernas. Volverá a casa tras intentar crearse una vida nueva con el robo con el que concluye la primera película, pero no duda en ningún momento a la hora de mirar por sí mismo. Por otro lado, vemos a Begbie totalmente hundido en el fondo de la sociedad británica, fugado de la cárcel y dedicándose al robo de forma profesional. Entre los tres antiguos amigos veremos cómo la espiral de traiciones y alianzas tácticas se sucede en un frenesí que dura desde la primera hasta la última toma de la película, logrando una caracterización de ese lumpenploretariado que vendería a su madre por treinta monedas.

En toda esta depresiva muestra de amoralidad y de individualismo extremo vemos cómo luce de una forma fantástica un Spud magníficamente interpretado por Ewen Bremner. Este personaje cumple un papel esencial al mostrar cómo a pesar de ser el más perjudicado del grupo, el que más hundido está en esa sociedad deshumanizada que representa el capitalismo actual, es sin embargo el que más firmes tiene los valores de la amistad y la solidaridad entre iguales. Spud, quien encarna al prototípico adicto a la heroína que trata de salir del pozo, tendrá que ver cómo sus amigos se traicionan una y otra vez, y repetirá constantemente "primero llega la oportunidad, después la traición", asumiendo tristemente los intereses de sus amigos.

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Sin tratar de desvelar la trama, a fin de que al lector le sirva de motivación para ver la película, especial importancia tiene la relación de Spud con Veronika, prostituta y novia de Sick Boy —quien actúa a su vez de proxeneta de la misma. Ambos personajes acaban entablando una cercana relación debido a las esperanzas de ambos de dejar esas vidas atrás.

Un salto cualitativo sin querer romper la estética underground

En Trainspotting 2 uno de los aspectos más llamativos respecto a la primera entrega es el salto cualitativo en la imagen, santo y seña de ambas películas. A ello ayuda sin duda un presupuesto 6 veces mayor invertido en un acabado técnico mucho más pulido y que hará las delicias de los espectadores en la butaca del cine. Este acabado técnico dará un plus a una puesta en imagen fantástica gracias en gran parte al trabajo del encargado de fotografía, Anthony Dod Mantle, que ya cuenta con un Óscar por su anterior trabajo con Danny Boyle en Slumdog Millionaire (2008).

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Este acabado más "profesional" entrará en contraste con la búsqueda de la pervivencia del carácter de película underground, algo poco real con más de 18 millones de euros de presupuesto, pero que sí que podremos apreciar más en otros aspectos, como el lenguaje coloquial de Frankie Begbie o las continuas reminiscencias a los bajos fondos de la sociedad británica que dejamos que descubráis por vosotros mismos.

Desde Tinta Roja os animamos a darle una oportunidad, más aún si disfrutasteis la primera, a esta secuela. Seguro que, como nosotros, os invadirá un sentimiento de nostalgia que provocará que estéis semanas escuchando nuevamente Lust for Life de Iggy Pop y Born Slippy de Underworld.

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