Tendrás medicamentos si puedes pagarlos -y son caros-, no si los necesitas

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La industria farmacéutica y la privatización de la salud son noticia constante, pero hace unos días la vergüenza humana del negocio de la salud se vio más crudamente que nunca. El joven empresario Martin Shkreli, de Turing Pharmaceuticals, ha decidido subir el precio de uno de sus medicamentos -concretamente uno que trata el VIH- un 5500%, sí, cinco mil quinientos por cien. Concretamente lo ha subido de 13 dólares la tableta, a 750.

Según el empresario, que tampoco se hizo rico a base de esfuerzo y sacrificio -aún buscamos a esos empresarios que sí lo hicieron-, la única forma de rentabilizar el medicamento es subirle el precio un 5000%. A rentabilizar medicamentos es a lo que se dedica la industria farmacéutica y los sistemas de salud mundiales, y no a curar a los pacientes, parece ser.

Y es que por si alguien todavía tiene dudas, las clases dominantes nos alimentan, nos visten y nos curan porque pueden sacar dinero de ello, y porque les hacemos falta. La industria farmacéutica supera las ganancias de la venta de armas y de las telecomunicaciones; por cada dólar invertido en fabricar una medicina, se obtienen mil de ganancia. Desde 1984 la ley de patentes se extendió a los medicamentos en EEUU, que previamente eran considerados como necesidad básica; desde 1994, con la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC) se extendió a todo el mundo, y desde entonces -aunque ya antes de eso en otras formas-, el juego de la salud y la enfermedad funciona así: los capitalistas poseen unos laboratorios, invierten 10 millones en un fármaco, dicen que han gastado 1000 millones en la investigación, se gastan 1000 millones en propaganda y marketing, y lo venden a precio de oro, porque claro, cuesta mucho investigar y desarrollar un medicamento. La realidad es que la investigación científica ocupa un 13% del gasto, mientras que el marketing gira entorno al 35%. Por supuesto se invierte en las medicinas que van a dar beneficio, es decir las destinadas a un público que pueda pagar caro por ellas: la producción de fármacos para tratar enfermedades masivas extendidas por países pobres no interesa.

Podríamos explicar muchas más cosas: convenios gubernamentales con las farmacéuticas, sobornos directos de las empresas a farmacias y médicos, encarecimiento artificial de los medicamentos, invención de enfermedades, copago... son mil y una las manifestaciones de lo que salta a la vista: la salud no es un derecho en el capitalismo, es un negocio más.

El protagonista de este artículo, Martin Shkreli, el que sube un 5500% una medicina para que sea rentable, tiene una peculiaridad, que en parte debemos agradecer. Normalmente los capitalistas de las farmacéuticas no dan la cara, sino que se esconden tras corporaciones a las que podemos insultar sin ver claramente al enemigo. En este caso, el tan rico como despreciable Shkreli se ha manifestado públicamente para defender sin tapujos su ideología, la ideología de la clase dominante. "No se trata de la avariciosa farmacéutica intentando ahogar a los pacientes, sino de intentar seguir en el negocio", dice el joven emprendedor, en su única frase más o menos defensiva. Las otras no están tan maquilladas: ante las críticas de un editor de una revista sobre farmacéutica, responde "es una gran decisión de negocio que beneficia a nuestros accionistas. No espero que gente como tú sea capaz de entenderlo"; tras un par de intercambios, finaliza con un "eres un gilipollas". Ante otras acusaciones, perlas como "¿Quizá estás sacando tu frustración de otras partes de tu vida?" o respuestas fanfarronas con letras de Eminem. Pero quedémonos con el "la única forma de rentabilizar el medicamento es subirle el precio un 5000%". Cuántos han muerto porque el medicamento para la Hepatitis C no es "rentable", cuántos porque investigar curas contra el SIDA no es "rentable"...

Y ¿cuál es la solución? Alguno dirá que un mayor control de los gobiernos sobre los monopolios farmacéuticos. Sí, los mismos gobiernos que sacan tajada del negocio, los mismos que gastan más en sus ejércitos que en salud pública, los mismos que desmantelan la sanidad pública. Mientras exista el monopolio privado, los gobiernos estarán arrodillados ante su poder: si ellos tienen los laboratorios, ellos producen, ellos ponen los precios; fin.

No es el fin, Cuba ha eliminado hace poco la transmisión del VIH y de la Sífilis de madre a hijo, por ejemplo. No les interesará a Shkreli y compañía, puesto que los avances médicos de un país socialista son aplicados gratuitamente a la población. Cuba es un ejemplo, pero el trasfondo de la noticia de la subida del 5500% es que la salud está en manos privadas, y eso hace que las manos privadas, que no buscan el bien sino el beneficio, como el lector habrá comprobado, manejen la salud como quieran, en base a sus intereses económicos. Sólo cuando los laboratorios farmacéuticos sean públicos y dirigidos colectivamente, estarán los medicamentos al servicio del pueblo, y no antes. Y al servicio del pueblo no significa que podamos pagarlos, sino que se investigue lo necesario y no lo rentable, que se destine el dinero que haga falta y que se distribuyan los resultados como sea necesario y gratuitamente.

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