Consumo o consumismo

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Llega la Navidad y, con ella, la proliferación de todo tipo de estímulos visuales y auditivos que incitan a la clase obrera a consumir. Tal dimensión adquiere este fenómeno que, a ojos del imaginario popular, la Navidad se asocia ya de manera indisoluble con compras por doquier y, en definitiva, excesos comerciales de todo tipo.

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Tampoco faltan, en estas fechas tan señaladas, quiénes sitúan distintas observaciones -algunas más, otras menos acertadas- sobre estos hechos, criticando el consumismo desde distintas ópticas. Sin lugar a dudas, los comunistas también tenemos nuestra opinión al respecto.

Para entenderla, lo primero que es necesario explicar es el doble carácter que revisten los bienes de consumo en el marco del sistema capitalista. Esto fue descubierto por Marx y su conocimiento tiene gran importancia para los trabajadores.

El marxismo sitúa que la base de nuestra existencia como seres humanos -seres sociales, al fin y al cabo- es la actividad económica, la producción de bienes materiales. Nada nos distinguiría de los animales si no tuviésemos capacidad de trabajar y, con ello, de cambiar la naturaleza que nos rodea, generando cosas que nos son útiles.

Por lo tanto, el ser humano siempre ha fabricado, y lo seguirá haciendo, productos para satisfacer sus necesidades. Todo bien de consumo tiene, pues, lo que nosotros llamamos valor de uso: una utilidad.

Pero además, actualmente vivimos en un sistema capitalista. Ese sistema tiene una característica que sobresale por encima de todas las demás: en él, quiénes controlan los medios que tenemos para producir (fábricas, máquinas, recursos naturales...) son grandes empresas privadas. Con ellos pretenden obtener un beneficio. Los bienes de consumo son, en la sociedad actual, mercancías.

¿Y qué es una mercancía? Pues un bien de consumo que, además tener valor de uso (es decir, una utilidad), también tiene valor de cambio, aportado por el trabajo de los obreros. En otras palabras: alguien lo produce con la intención de cambiarlo por otra cosa, en este caso por dinero.

Por lo tanto, toda mercancía es útil y además se puede cambiar. Los capitalistas cambian sus mercancías por dinero, se aprovechan del valor generado por los trabajadores para lucrarse.

Entender esto nos separa, lógicamente, de quiénes desde posturas anarquistas o posmodernas sitúan la base del cambio social en el comportamiento individual. Nos distinguimos radicalmente de quiénes creen que produciendo sus propios productos en el huerto de casa o dejando de adquirir mercancías en El Corte Inglés pueden cambiar las cosas. Lo que venden las grandes empresas tiene actualmente una utilidad y además tiene precios más accesibles para la clase obrera que aquellos productos vendidos en pequeños comercios u otros establecimientos de "comercio justo".

Pero luego también tenemos que hacer matices. Las necesidades sociales no tienen porqué coincidir -y de hecho no coinciden- con las necesidades del mercado. Lo que necesita el trabajador para vivir, objetivamente, es aquello que le permite no sólo existir, sino también desarrollarse como persona. Pero a menudo no puede adquirir los productos necesarios para ello, por no tener dinero debido a los bajos salarios. Vemos cómo hay una diferencia en lo que necesita la sociedad y lo que puede asumir el mercado.

También podemos encontrarnos con otro caso: que la clase obrera no necesite, objetivamente, ciertos productos pero sienta necesidad de comprarlos. Esto sucede porque los monopolios -gigantescas empresas privadas con enorme capacidad de manipular los deseos e intereses de los trabajadores- ponen en marcha grandes campañas de márquetin para generar necesidades y hábitos de consumo ficticios.

El capitalismo necesita que se produzcan y consuman continuamente mercancías. De lo contrario, la empresa privada deja de percibir beneficios y quiebra. Es por ello que los monopolios están constantemente renovando sus productos, y también lanzando campañas para promocionarlos. Las fechas navideñas son una oportunidad que aprovechan para ello.

El consumismo es, pues, propio del capitalismo. No se puede entender capitalismo sin ese abismo entre las necesidades sociales y las necesidades del mercado. Constantemente estamos privados de adquirir cosas que necesitamos y, al revés, también consumimos productos inútiles.

Entendemos que la clase obrera tenga unos determinados patrones de consumo. Comprendemos de dónde surge el consumismo de la Navidad. Es por ello que no adoptamos actitudes histéricas ante tal fenómeno, como hacen personas de otras ideologías políticas, ni nos divorciamos del obrero que se ha dejado absorber por la vorágine del consumo en masa.

No adoptamos una posición de superioridad presumiendo de poder abstenernos de consumir compulsivamente en Navidad, a pesar de que -como jóvenes comunistas- somos más conscientes de la división entre necesidades sociales y necesidades del mercado y actuamos en consecuencia. Tampoco generamos la ilusión de que se puede moderar el consumo de manera generalizada en el capitalismo y, con ello, supuestamente resolver ciertos problemas como la degradación de la naturaleza o la reducción de los recursos monetarios de las famílias obreras.

Lo que decimos claramente es que no se puede entender capitalismo sin consumo masivo de mercancías; tampoco se puede separar de la privación del obrero de obtener lo que necesita, ni de la obtención de lo que no necesita.

Finalmente, estamos en posición de asegurar que el único contexto en el cual se producirá justo aquello que necesitamos, ni más ni menos, es en la sociedad dónde los trabajadores tendrán los medios de producción bajo su control: el socialismo-comunismo. La economía planificada nos permitirá calcular qué necesidades tiene la sociedad y producir en consecuencia. Los bienes dejarán de ser mercancías: el objetivo ya no será obtener beneficio a costa del sufrimiento y las ilusiones de los obreros, sino satisfacer nuestras necesidades reales.


Domenec Merino es Subdirector de Opinión de Tinta Roja.

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