Tea Rooms. Mujeres obreras: Porque existimos, reivindicamos nuestro lugar

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Abrimos un libro de texto de Historia de España de 2º de Bachillerato. Buscamos entre sus decenas de páginas algunos nombres de mujeres. Pero más allá de Isabel la Católica, Juana la Loca, María Cristina, la Duquesa de Alba, y, con un poco de suerte, las “sinsombrero” de la generación del 27 o el movimiento sufragista, poca cosa. Hacemos lo mismo con el de Lengua y Literatura -Pardo Bazán, Rosalía de Castro, quizás Gloria Fuertes-, con el de Filosofía -…-, y más de lo mismo. Un alumno levanta la mano en clase, “-Profesor, ¿y las mujeres?”. Otro se suma, “- ¿y las mujeres obreras?”.

Reinas, santas, hijas y mujeres de. Parece como si en las páginas de los manuales nos hubieran borrado, a nosotras, las que realmente somos mayoría, que nos levantamos cada mañana para trabajar - ¿quién dijo que las mujeres no trabajaban?-, y que pensamos, sufrimos y luchamos. Porque existimos, reivindicamos nuestro lugar. ¿Pero solamente ahora? ¿acaso antes no había mujeres obreras? Si todavía alguien creía que no, y que el feminismo es algo que se reduce a nuestros días, debemos recordarle que siempre estuvimos ahí y que, contra viento y marea, hubo quien habló de nosotras.

Luisa Carnés era una de las nuestras. Compañera de generación de María Teresa León, ella era una mujer obrera. Una escritora de origen obrero, autodidacta y comunista, nacida en Madrid en 1905 y que desde los once años, tras abandonar los estudios ante lo escasos ingresos familiares y siendo la hija mayor, se convirtió en una trabajadora manual. Esta experiencia marcará profundamente su literatura, donde “la autora se aproxima al lector para hablarle de las difíciles condiciones que soportan las mujeres trabajadoras y de los obstáculos económicos, laborales y sociales que se enfrentan (…), simbolizando a muchas mujeres obreras que, pese a disponer de empleo, se ven atrapadas en el círculo de explotación laboral a causa de la precariedad del trabajo, los horarios interminables y los bajos salarios.”[1]

Por eso es tan importante para todas nosotras que se haya rescatado esta gran joya que, reeditada por primera vez desde 1934 en 2016, lleva por título Tea Rooms, y, por subtítulo, Mujeres obreras. Basado, así, en la experiencia de la escritora en uno de los múltiples empleos, en un salón de té del Madrid de los años 1930, Tea Rooms muestra no solamente el clima de trabajo de un grupo de mujeres, de diferentes edades, condiciones y clases, sino también refleja sus problemas e inquietudes, sin dejar de evocar la actualidad del momento. En efecto, “Tea Rooms habla de temas que desgraciadamente son hoy parte de nuestro día a día. Cuando la leemos, estamos haciendo un ejercicio de recuperación de nuestra memoria histórica literaria, pero esta lectura del pasado nos conecta de inmediato con nuestro presente”[2].

Huelgas, asociacionismo y sindicalismo obrero, la violencia fascista en Italia, así como el aborto, la prostitución, la violencia de género, el hambre, la pobreza y la desigualdad, jalonan las páginas de este texto que, 80 años después, sigue de actualidad. En el Madrid de la II República, en un ambiente prebélico, la situación de la mujer obrera se caracterizaba esta famosa doble opresión en la que, aun habiendo conseguido el derecho al voto, la moral cristiana y el papel que el imaginario social asignaba a la mujer no pesaba menos que las necesidades económicas que, como a la propia autora, obligaban a malvivir entre empleos precarios, mal pagados, en los que el acoso era normal y donde el miedo a perderlo y dejar de alimentar a la familia hacían aceptar lo que viniese: “Tres pesetas semanales. Pero se aprende a ganarse la vida. El aprendizaje hay que pagarlo. Pagarlo en lágrimas y humillaciones”[3]. Así, Luisa Carnés denuncia que

“los problemas de orden “material” (social) no han adquirido aún bastante preponderancia entre el elemento femenino proletario español. La obrera española, salvo contadas desviaciones plausibles hacia la emancipación y hacia la cultura, sigue deleitándose con los versos de Campoamor, cultivando la religión y soñando con lo que ella llama su “carrera”: el marido probable. Sus rebeliones, si alguna vez las siente, no pasan de momentáneos acaloramientos sin consecuencia. Su experiencia de la miseria no estimula su mentalidad a la reflexión.”[4]

El personaje protagonista, Matilde, comienza la novela buscando un empleo desesperadamente, teniendo que hacer frente a proposiciones para ser una muchacha para todo, hasta que entra a trabajar en una de las mejores confiterías de la capital. Allí, desempeña dentro de la novela el papel de mujer inconformista, concienciada que analiza las injusticias que van desarrollándose a su alrededor: “La primera vez que vio a un portero de librea dividió mentalmente la sociedad en dos mitades: los que utilizan el ascensor o la escalera principal, y los otros, los de la escalera de servicio; y se sintió incluida en la segunda mitad”[5]. El rol de personaje concienciado y luchador lo representa también Trini, que es despedida a las primeras de cambio de la confitería por negarse a aceptar que, para suplir a las compañeras que están de vacaciones, las trabajadoras perdiesen el derecho a una tarde libre a la semana. Este episodio será recordado a lo largo de la novela, para ejemplificar la necesidad de la organización obrera, ya que la falta de compañerismo les constará caro al resto de trabajadoras. De igual modo, las reclamaciones políticas están presentes, no solamente en los brillantes discursos feministas de Carnés, ni las referencias a los asesinatos de la Italia fascista, sino en el retrato del ambiente de huelgas que acompañan a la confitería en el verano en el que se desarrolla Tea Rooms:

“-todo es culpa de los alarmistas: no comprendo qué saca en consecuencia la gente con producir estas escaramuzas.

-Nada de alarmistas – interviene otro de ellos-: en este caso ha sido culpa de la fuerza pública, como de costumbre.

-No, señor. No es cierto. Lo cierto es que el público que salía de un cine, de asistir al estreno de una película soviética, ha dado gritos subversivos…

-Nada de gritos subversivos; no se ha hecho otra cosa que dar un viva a Rusia y comenzar a entonar La Internacional.

- ¿Le parece a usted poco?

- ¿Cómo? ¿Encuentra usted algo delictivo en ello? ¡Hombre! La Internacional es un himno legal.

- ¡El himno comunista revolucionario! ¿El himno bolchevique!

- La Internacional no es un himno exclusivo de un solo partido; es el himno revolucionario de todos los proletarios del mundo[6]."

Mas la situación de la mujer ocupa la centralidad de la novela. Además de los personajes citados, dos chicas jóvenes que entran a trabajar en la confitería y que forman parte de la trama sirven para denunciar otros tres elementos de la realidad de la mujer obrera: la dependencia del marido, el aborto clandestino y la prostitución. Marta es una chica muy joven, de edad incierta pero que tiene a su cargo a toda su familia y llega buscando un trabajo desesperadamente a la confitería. Sin embargo, el salario no le es suficiente y comienza a tomar pesetas de la caja para pagarse el tranvía para volver a su casa, hasta que la encargada lo descubre y es despedida. La situación extrema en la que se encuentra, sin poder encontrar otro empleo a falta de carta de recomendación, termina en la prostitución. Por otro lado, además de la propia Matilde (cuyas compañeras de trabajo no entienden que rechace a un chico que, aunque no le guste nada, tiene posibles), el personaje de Laurita, ahijada del jefe y, por lo tanto, de una clase social diferente al resto de trabajadoras, sirve a la autora para denunciar la necesidad de buscar un marido, pero sin caer en las trampas que, en efecto, llevarán a Laurita a provocarse un aborto. Vemos como la línea ente una mujer decente y con un porvenir asegurado y una buscona es muy delgada. Así, se reivindica que “también hay mujeres que se independizan, que viven de su propio esfuerzo, sin necesidad de aguantar tíos. Pero eso es en otro país, donde la cultura ha dado un paso de gigante: donde la mujer ha cesado de ser un instrumento de placer físico y de explotación” Y, de nuevo, sigue siendo un problema de clases: “Aquí las únicas que podrían emanciparse son las hijas de los grandes propietarios, de los banqueros, de los mercaderes enriquecidos; precisamente las únicas mujeres a quienes no les preocupa en absoluto la emancipación, porque nunca conocieron los zapatos torcidos ni el hambre, que engendra rebeldes.”[7]



[1] Antonio Plaza Plaza: “La presencia de Luisa Carnés entre las mujeres intelectuales españolas. Flujos y reflujos de un movimiento plural (1931-1936) en M. Bernard e I. Rota: Mujer, prensa y libertad (España, 1883-1939), Renacimiento, Sevilla, 2015

[2] David Becerra Mayor. Citado por Clara Morales: “El regreso de Luisa Carnés”: https://www.infolibre.es/noticias/cultura/2017/06/13/el_regreso_luisa_carnes_66280_1026.html?u=scISxcRtRzJ0xn8DdaUdW5uINK-d4TaLy-de-KgFgVg&;n=-Mwl_EEVi9ZozItRvPYQ7hXRBrmJdo6TcE0_2Z5V7vU

[3] Luisa Carnés: Tea Rooms. Mujeres obreras. Hoja de Lata, A Coruña, 2016 p.79

[4] Ibid, p.43

[5] Ibid, p.21

[6] Ibid p.95

[7] Ibid, p.131