Una canción robada y otro millón por escribir

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A muchos de nuestros lectores resultará tremendamente conocida esa canción que dice stamattina, mi sono alzato, o bella ciao, bella ciao, bella ciao ciao ciao! Hace mucho tiempo que traspasó fronteras el Bella ciao, canción cantada por los milicianos antifascistas italianos durante la Resistencia contra el nazifascismo. Desde la versión de Talco a la traducción de Boikot con el título de No pasarán, lo cierto es que se trata de una melodía famosa todavía hoy entre los jóvenes.

Se trata, a propósito, de una canción que obtuvo una difusión mundial gracias a la Federación Mundial de la Juventud Democrática. Desgraciadamente, con el pasar del tiempo, de canción partisana, ha caído a ser utilizada también por fuerzas que nada tienen que ver con las luchas de los trabajadores (hasta tal punto que Syriza llegó a utilizarla para sus campañas electorales en 2015). No debería sorprendernos, pues, en nuestro mismo Estado, el PSOE sigue cantando la Internacional, el himno de los trabajadores de todo el mundo, a pesar de que hace ya un siglo que se convirtió en un partido totalmente ajeno a los intereses de los obreros.

La música ha acompañado históricamente la vida del pueblo, la vida de los trabajadores: que hoy cambiemos su modalidad y se escuche en el ordenador, en el móvil o en conciertos multitudinarios no significa que haya perdido su relevancia. Lo que sí que sucede con frecuencia es que el origen de la música a la que estamos acostumbrados tiende a ser cada vez menos popular. Además, como todo arte, canaliza ideas, sentimientos, emociones… y, por supuesto, ideologías. Parémonos un segundo a pensar en el Bella ciao! ¿Acaso durante la II Guerra Mundial los partisanos contactaron con un compositor para que creara una marcha para ellos? ¡No! Fueron ellos mismos, quienes partieron de una melodía que ya conocían para cambiar la letra y  cargarla de antifascismo.

También Fischia il vento, mucho más cantada por los partisanos italianos, se construyó sobre la melodía de la rusa Katyuska. Es una canción mucho más nítida, ideológicamente mucho más clara, pero en el fondo no es una excepción: todas las canciones, sean manifiestamente políticas o no, reflejan una ideología. Lo fundamental cuando tomamos una canción cualquiera (desde las que nos tarareaba nuestro abuelo cuando éramos críos al último hit que saquen Maluma, Melendi o Beyoncé) es comprender que reflejan un modo de ver el mundo y de estar en él.

Por lo tanto, tanto para las melodías partisanas italianas, como para cualquier canción que conozcamos, incluidas las contemporáneas, es interesante analizar no sólo si son pegadizas o no, sino también si sus mensajes tienen que ver con nuestra forma de entender el mundo. No consiste en rechazar de forma sistemática la música por pertenecer a un género u otro, como parece analizarse con el reggaetón.[1] Es, en cambio, la necesidad de conocernos, de conocer nuestro mundo, el que nos debe llevar a ser críticos con el arte con el que entramos en contacto y saberlo analizar, para poder construir un arte que realmente nos represente.

El caso de la música popular italiana es paradigmática para observar, en primer lugar, cómo a día de hoy, muchos jóvenes estamos realmente lejos del proceso de producción de la música. En consecuencia, estás canciones, más que “representar” la forma de ver el mundo que tenemos nosotros, nos imponen aquella que protege los intereses de los grandes productores musicales, que pertenecen, en definitiva, a la gran burguesía.[2] Así, la juventud (y los trabajadores en general) somos simples consumidores de música y, por lo tanto, ajenos al control sobre su contenido.

Es cierto que nadie se va a volver revolucionario sólo por escuchar Fischia il vento en ciclo, ni, por el contrario, se va a volver conservador por oír a determinados grupos. Sí que es cierto, en cambio, que en las cuestiones culturales nos encontramos en una carrera de fondo que supone, por la inmensidad de contenido al que tenemos acceso, un bombardeo ideológico constante que sí puede acabar guiando en una u otra dirección. Por ello es fundamental que, también en la música, los trabajadores y los jóvenes que lo serán en un futuro, seamos capaces de construir una cultura que parte de nosotros mismos, que refleje nuestras inquietudes y pasiones. Es fundamental, en resumidas cuentas, crear una cultura con nuestra forma de ver el mundo, y no con aquella que sea interesante para las grandes economías por ser, simplemente, más comercial, o por reproducir esquemas sociales dirigidos a mantener su poder.

Lo hemos afirmado más veces y creemos que no está de más recordarlo: el ocio y la cultura es una cuestión de clase.


[1] Hace unos meses publicamos un artículo con algunas consideraciones sobre el machismo en el reggaetón que os invitamos a leer. Está disponible en el siguiente enlace: http://www.tintaroja.es/cultura/musica-y-revolucion/1593-reggaeton-machismo-y-colonialismo

[2] Basta observar cómo son sólo tres las grandes productoras de música que controlan el mercado (Warner, Universal y Sony). Este hecho tiene mucho que ver con las propias dinámicas del capitalismo, que llevan a la concentración del capital en pocas manos. Este es un ejemplo clarísimo: tres grandes grupos dominando algo tan bestial como la producción musical internacional.