Conociendo a García Márquez: gracias por vivir y contarlo.

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Hay quien la acusa de tono propagandístico y de mensaje interesado y parcial, de estar sujeta a la manipulación y a la arbitrariedad de la (des)memoria, pero a pesar de las críticas, la autobiografía sigue siendo uno de los géneros literarios más fértiles y más interesantes para conocer, no solamente sobre una persona, sino sobre una época, un contexto, un tierra, un ambiente o unas ideas. Es así que la autobiografía del premio Nobel de literatura de 1982, Gabriel García Márquez, titulada con un prometedor Vivir para contarla nos ofrece nuevas ángulos de análisis de este siempre recomendable autor.

Dejando de lado cualquier tentativa de enaltecimiento o de grandilocuencia, en Vivir para contarla Gabriel García Márquez es, más que nunca Gabo. No tiene que justificarse de nada, y si tuviera, no lo hace, él tan sólo narra. Más generoso que nunca, deja que seamos los lectores los que lo juzgamos, si es que lo consideramos oportuno. Junto con Confieso que he vivido, de Pablo Neruda, o los textos reunidos en Despistes y franquezas, de Mario Benedetti, el libro más íntimo del escritor colombiano puede ubicarse en el pódium de los escritos de este género en la América Latina del siglo XX.

Llevando al máximo esplendor el Realismo Mágico, Gabo se desnuda para contarnos sin tapujos las sensaciones y las impresiones de alguien que no deja de considerarse afortunado por haber vivido la vida que ha vivido, pero sin olvidar de dónde venía. No es casualidad que el relato comience con aquel día en que su madre, tras muchos años sin verse, lo fue a buscar para que le ayudase a vender la casa de sus abuelos en Aracata:

“Ella me planteó que no tenía dinero bastante y por orgullo le dije que pagaba mis gastos.

En el periódico en que trabajaba no era posible resolverlo. Me pagaban tres pesos por nota diaria y cuatro por un editorial cuando faltaba alguno de los editorialistas de planta, pero apenas me alcanzaba. Traté de hacer un préstamo, pero el gerente me recordó que mi deuda original ascendía a más de cincuenta pesos. Esa tarde cometí un abuso (…) A la salida del café Colombia, junto a la librería, me emparejé con don Ramón Vinyes, el viejo maestro y librero catalán, y le pedí prestados diez pesos. Sólo tenía seis.”

No obvia ni exagera sus condiciones materiales, sino que las plasma sin renegar de sus orígenes, sin renegar de aquella Colombia profunda y aquellas vivencias, aquellos paisajes, que le servirían de inspiración para algunos de los mejores relatos y novelas de la literatura contemporánea. El mundo que nos ofrece Gabo cumple perfectamente aquella mítica función del arte y la literatura de la evasión, pero sin despegarnos del mundo real, sin olvidar quiénes somos. Entre fantásticos personajes, vemos como el niño, adolescente y joven Gabriel va creciendo y convirtiéndose en lo que finalmente fue: uno de los mejores escritores de la literatura universal, atribuyendo a cada uno de ellos el verdadero peso que tuvieron en su vida y demostrando cómo el ser humano es un animal social que vive determinado por su medio, y su ambiente.

Los amantes de la literatura de Gabo disfrutaremos encontrando entre estas páginas el origen del mítico Macondo, o a aquellos personajes que le sirvieron de inspiración en su Crónica de una muerte anunciada o El coronel no tiene quién le escriba.  De su etapa en Bogotá narra, por ejemplo, su encuentro con Camilo Torres y Fidel Castro, como  delegado estudiantil, pero sobre todo nos atrapará con las descripciones de los momentos más cotidianos, y las personas más cercanas, como aquella figura de la madre que irrumpe en una tertulia en su busca para que lo acompañe en aquel viaje para vender la casa:

“Sumando sus once partos, había pasado casi diez años encinta y por lo menos otros tantos amamantando a sus hijos. Había encanecido por completo antes de tiempo, los ojos se le veían más grandes y atónitos detrás de sus primeras lentes bifocales, y guardaba un luto cerrado y serio por la muerte de su madre, pero conservaba todavía la belleza romana de su retrato de bodas”

Vivir para contarla es así una autobiografía, pero también un análisis histórico de Colombia, de las revoluciones que allí fueron ocurriendo. Un análisis hecho con conocimiento y consciencia, con memoria de una familia proveniente de la más profunda miseria económica, y de una juventud marcada por la búsqueda de la supervivencia. Sin embargo, esta pobreza y este camino accidentado son relatados con un profundo cariño en pasajes de una extrema belleza, con intensas reflexiones sobre la importancia de la educación, de la cultura de lucha y del espíritu crítico e inconformista. Es así que el hilo conector de este periodo de su vida lleva hacia el momento en que el escritor comienza en el oficio de periodista, abandonando contra la voluntad del padre una carrera de abogado, y que, como ahora sabemos, mereció la pena. 

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